Ochenta y Dos

La felicidad tiene tus ojos

Sebastián

Todo pasa tan rápido. El dolor, las contracciones, sus gritos. Trato de mantenerme en control mientras La señora Dorothy se mueve rápido por la habitación preparando todo para un parto en casa, yo solo puedo quedarme inmóvil junto a mi esposa mientras me muestro seguro y fuerte para que ella se sienta segura y protegida. Sin embargo, por dentro estoy al borde de la desesperación, Edith entra con la doctora detrás de ella y los paramédicos de la ambulancia.

—Tenemos que llevarla al hospital —advierte al ver el estado de mi mujer.

—¡No! ¡Al hospital no! —grita Amelia.

—Ya la escuchó doctora, al hospital no —determino.

—El hematoma no se ha absorbido por completo, dar a luz aquí es muy riesgoso para la madre y su hijo con solo treinta y cuatro semanas de embarazo y una complicación existente —señala, sin embargo, Amelia es quien decide, no pienso someterla a un estrés mayor en este momento—. Bien, pero si las cosas se complican la llevaremos con o s
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