Ochenta y Tres

La calma le precede a la tormenta y agobia mis sentidos.

Amelia

Abro los ojos y los dejo fijos en el techo, el sol entra por la ventana y da contra mi piel, no lo siento cálido, sino incisivo. Escucho el agua de la ducha en el baño, Sebastián está dentro, giro la cabeza hacia la cuna de Cloe y sonrío. Me levanto y voy hacia ella, está dormida, tan pequeña y tan perfecta. Suspiro sintiéndome a Salvo, nada de lo que amenazó este momento existe ahora y eso me hace sentir aliviada. Segura.

Cuando me giro y quedo de frente al espejo, la sensación de que mi cuerpo no me pertenece se instala en mi pecho, luce tan distinto, tan poco atractivo. Todos me han dicho que volverá a estar como antes con el paso de los días, sin embargo, hay marcas en mi piel que jamás van a desaparecer y que me hacen sentir tan desagradable. He intentado que Sebastián no las vea porque me aterra ver su reacción, no quiero que me mire con asco, no podría soportarlo.

Por ahora, es algo sencillo evitar que me vea desnu
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