Connie, una madre para mi hija
Connie, una madre para mi hija
Por: Mony Ortiz
Una oportunidad para Connie

Connie miró a través de la ventanilla del autobús, sintió una pequeña opresión en el pecho al tener que dejar Acapulco, la ciudad en la que había decidido construir una vida llena de lujos al casarse con un hombre millonario.

La belleza y majestuosidad del océano pacífico que podían maravillar a cualquier turista nacional o extranjero, para ella solo significaban dejar atrás uno de los episodios más bochornosos de su vida.

Tuvo el impulso de cerrar la cortina para evitar que el sol le diera directo en el rostro, pero solo cerró los ojos y dejó que los rayos acariciaran sus mejillas por última vez.

No pudo evitar recordar el día de su boda fallida. Cuando pensó que estaba a punto de cumplir su sueño de convertirse en la esposa de un hotelero millonario. Todo se vino abajo cuando éste descubrió que ella había estado jugando una doble vida y la despreció de la manera más humillante delante de todos los invitados de la boda al negándose a casarse con ella en el último momento.

Eso fue lo que la llevó a tomar la decisión de huir de Acapulco. Muchos de los hombres de negocios que pagaban por sus servicios de Sugar Baby se habían enterado del escándalo que fue su boda, puesto que salió la noticia en todos los diarios y revistas de sociales físicas y electrónicas de la ciudad.

Tenía una cantidad de dinero ahorrada, lo suficiente para instalarse en cualquier ciudad y comenzar de nuevo. Quería iniciar una nueva vida lejos de todo y de todas las personas que la conocían, sobre todo de su madre. Abrió la ventanilla y arrojó el móvil que se hizo añicos al estrellarse contra el pavimento de la carretera. De esa manera su madre no podría volver a contactarla ni a exigirle dinero.

Desde que era muy niña supo que su destino era convertirse en prostituta igual que su madre; sin embargo, en Acapulco gracias a una mujer que la ayudó a salir del bar donde trabajaba, se había convertido en la Sugar Baby más cotizada del puerto. Esa mujer le enseñó modales, a vestirse y comportarse como una mujer refinada y hasta un poco de cultura general para no avergonzar a sus clientes. Al final una Sugar Baby no dejaba de ser una vendedora de compañía a cambio de dinero, por mucho que se intentara disfrazar con palabras elegantes, seguía siendo una variante de la prostitución.

Connie sabía que su juventud y belleza no le iban a durar para siempre, por eso anhelaba convertirse en la esposa de un millonario. No quería terminar como su madre, prostituyéndose con borrachos asquerosos a cambio de unos cuantos pesos.

La mirada insistente de una chica sentada en el asiento al otro extremo del suyo la distrajo de sus pensamientos, era una joven blanca, con el cabello rubio y casi de su edad, pero vestida con ropa demasiado conservadora.

No pudo evitar mirarla porque pensó que se parecía a ella solo que, con una falda larga hasta el tobillo, una blusa de mangas largas y abotonada hasta el cuello y con un cordón negro del que pendía un crucifijo.

“Debe ser monja” pensó y le dirigió una leve sonrisa. Instintivamente acomodó su top que dejaba ver el nacimiento de sus senos y volvió la mirada hacia la ventanilla.

Tras ocho horas de viaje y sintiendo las piernas y el trasero entumecidos, el autobús ingresó a la terminal en Huatulco, Oaxaca. Si había algo a lo que Connie no quería renunciar, era a vivir cerca del mar. Era el único sueño que había tenido de niña, conocer el mar y una vez que lo vio por primera vez, se prometió que siempre haría lo posible por tenerlo cerca.

Estaba esperando que bajaran sus maletas del portaequipaje del autobús cuando la joven religiosa se acercó a ella.

—Si en algún momento necesitas acercarte a Dios, búscalo, nunca es tarde para enderezar el camino — Connie recibió el folleto y se quedó sin palabras, por un momento sintió como si llevara la palabra prostituta grabada en la frente.

Quiso decir que no era necesario, incluso reclamar porque se sintió ofendida con las palabras de la chica, pero por alguna razón solo recibió el folleto y contestó con un —Gracias.

Salió de la terminal de autobuses arrastrando sus dos maletas y no sabía hacia dónde ir, pensó que lo mejor era buscar un hotel modesto o alguna pensión para no malgastar el dinero en lo que se instalaba y encontraba un empleo. Ni siquiera había pensado en lo que quería hacer, si buscaría la manera de seguir haciendo lo único que sabía o buscar trabajo como camarera, puesto que solo había estudiado la escuela secundaria y con eso no conseguiría otro tipo de empleo.

—Necesito el hotel más económico que haya, no soy turista y no puedo pagar mucho —le dijo a un taxista para que no pretendiera cobrarle las tarifas que suelen aplicar al turismo y que los nacionales no se pueden dar el lujo de pagar.

—Puedes ir caminando, a dos calles a la izquierda hay un hostal, es lo más barato que vas a encontrar en esta zona —le dijo el hombre que no disimuló en recorrer su cuerpo de pies a cabeza.

Ella ignoró al hombre, tomó sus maletas y comenzó a caminar hacia el lugar que le indicó.

Apenas dio vuelta a la izquierda y pudo ver el letrero del hostal “Camas disponibles”. No le agradaba la idea de compartir habitación, pero solo estaría en ese lugar una o dos noches en lo que encontraba un pequeño apartamento en alquiler. Por fortuna había conseguido cartas de referencia y sabía que no le costaría trabajo encontrar un lugar decente para vivir. Por el momento no podría darse los lujos que quería, pero ya encontraría la manera de hacerlo.

Se instaló y se metió al baño con su maleta para tener un poco de privacidad. Abrió su maleta y sacó un sobre lleno de dinero. Sus ahorros equivalían tan solo a doscientos mil pesos, la mayoría del dinero ganado como Sugar Baby se lo había enviado a su madre y con eso no le alcanzaría más que para vivir unos meses en un lugar modesto.  

Envolvió el sobre entre sus ropas y salió a conseguir un móvil nuevo y algo para cenar porque el hostal no contaba con servicio de alimentos.

Compró un teléfono móvil de baja gama, lo necesitaba para usar el internet y buscar apartamentos en renta y empleos que se adaptaran a su perfil. No conocía a nadie en la ciudad y tenía que moverse con rapidez porque no quería volver a la prostitución. Convivir con estudiantes en la pensión que vivía en Acapulco le sirvió para darse cuenta de que podía aspirar a un estilo de vida más decente y quizá así lograría alcanzar sus sueños, igual que las chicas de la pensión.

Vio un puesto de tacos y aunque hubiera preferido cenar en un restaurante, el aroma era tan delicioso que se detuvo a cenar algo sabroso y barato a la vez.

Todo pasó tan rápido que apenas pudo darse cuenta. El rechinido de las llantas de un auto, un grito de mujer y luego el alboroto de la gente la hicieron acercarse para ver lo que había ocurrido.

Un auto había atropellado a una chica, justo enfrente del puesto de tacos. La gente rodeó la escena y ella no lograba ver con claridad lo que estaba sucediendo. Dejó el plato y pagó los tacos de prisa para regresar al hostal. Lo sucedido la había dejado temblando por el susto.

La ambulancia no tardó en llegar, la gente comenzó a despejar el lugar para dejar que los paramédicos auxiliaran a la mujer, unos zapatos que habían quedado en medio de la calle junto a una pequeña maleta negra llamaron su atención. No sabía por qué lo hacía; pero, no dudó en acercarse y recoger las cosas para entregárselas a los paramédicos, ellos las entregarían a los familiares de la mujer.

Con la bolsa y los zapatos en las manos se acercó hasta donde unos hombres colocaban el cuerpo de la joven sobre una camilla.

Sus pupilas se dilataron al darse cuenta de que esa mujer no era una desconocida, se trataba de la joven religiosa con la que había cruzado un par de palabras en la terminal de autobuses.

—La conozco—dijo titubeante.

—¿Puede venir con nosotros en la ambulancia? — preguntó el camillero y prácticamente la empujó para que abordara el vehículo junto con ellos que ya subían a la chica en la camilla.

Durante todo el trayecto se preguntó qué estaba haciendo ahí y esperaba que eso no le acarreara problemas. Lo que menos quería era involucrarse en situaciones que la metieran en dificultades.

Casi sin darse cuenta se vio sentada en la sala de espera de un hospital esperando noticias de una mujer que solo había visto una vez en su vida y ni siquiera sabía su nombre.

—Señorita…— la mujer en la recepción del hospital la sacó de sus pensamientos —Necesitamos los datos de la víctima del accidente. ¿Usted es su familiar?

Sin contestar nada, comenzó a buscar en el bolso de la chica, los paramédicos le dieron su bolso y su ropa y ella se había quedado con la maleta y los zapatos.

Encontró una pequeña cartera con dos billetes de cien pesos, una identificación oficial y una estampa de la virgen de Guadalupe.

Algo en la identificación llamó su atención, la fotografía de la joven le pareció familiar. No era que fueran idénticas, sus facciones eran muy diferentes, pero su color de cabello y sus ojos eran iguales. “Constanza Ramírez”.

—Su nombre es Con…

—¿Ya localizaron a los familiares de la joven atropellada? —dijo un médico que salía del quirófano— Acaba de fallecer.

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