Connie miró por la ventanilla del taxi al hombre que se alejaba caminando, le dio pena no haber salido con él a cenar y le dolió no ser dueña de su tiempo como cuando vivía sola; pero de alguna manera, tener una cita con él le parecía algo muy emocionante.
Llegó al albergue y se alegró por no haberse tardado más de lo habitual, ya que apenas cruzó la puerta la madre superiora apagó la luz de su habitación. Cada que veía ese gesto de amor de esa mujer hacia ella no podía dejar sentir que hubiera dado lo que sea, porque de verdad fuera su tía.
Esa noche no pudo dormir de la emoción recordaba la sensación en sus labios al sentir la piel y la barba de Gabriel y cerraba los ojos tratando de guardar ese instante para siempre.
Los siguientes días fueron los más largos de su vida, cada noche esperaba verlo sentado entre los clientes del bar, pero él no se volvió a aparecer. Finalmente llegó el sábado por la noche, el bar estaba reventar, lleno hasta su máxima capacidad puesto que la voz se