CAPÍTULO 112: HIJOS DEL FRACASO
Andrew
Entro al despacho de Gregory Beaumont como quien cruza el altar de un sacrificio. El aire en esta oficina siempre huele igual: a madera cara, a poder, a amenazas envueltas en cortesía. Camino sin que mis zapatos hagan ruido, aunque por dentro tengo la arrogancia latiendo. Lo logré. Maddison Evans ya no será un problema, y aunque no puedo gritarlo en medio del edificio, mi cuerpo lo sabe, mi pulso lo grita en silencio.
Él está sentado como siempre, detrás de ese escritorio tallado a mano, con un vaso de coñac entre los dedos y esa maldita mirada de superioridad que usa con todo el mundo, incluso conmigo. Especialmente conmigo.
—Ya está hecho —digo sin rodeos, deteniéndome frente a él—. Maddison no volverá a cruzarse en nuestro camino. El accidente fue limpio, sin testigos, sin huellas, nadie sospechará.
Gregory no se inmuta. No asiente, se alegra, o muestra ni una sola señal de satisfacción. Solo entrecierra los ojos y da un sorbo lento a su bebid