Capítulo 3

28 de abril de 2016

Querido diario,

Hoy es el primer día de un nuevo año en la escuela y estoy súper emocionada de ver a mis amigos Max y Kallie. Ellos son como rayos de sol en días nublados. Pero no todo es tan brillante, porque los demás niños de la clase se alejaron de mí. Siento como si hubiera una pared invisible entre nosotros, y creo que Anya tiene algo que ver con eso.

Desde aquella noche en que Anya vino a mi habitación, ha sido aún más mala conmigo. Es como si tuviera un botón secreto para ser mala de manera que nadie más lo nota. Yo me quedo callada, con un nudo en el estómago, porque tengo miedo de decirle a mamá. No quiero que se preocupe o que haya problemas por mi culpa.

Un día, sin pensar, llamé a Owen por su nombre en lugar de Alfa. Esa semana, Anya me hizo caer muchas veces a propósito. Cada vez que me empujaba, decía que era un accidente, pero yo sabía que no era verdad. Me dejó con moretones en las piernas que me dolían cada vez que me tocaba. Cada moretón era un recordatorio de que Anya no quería que estuviera aquí.

Ella es muy mala y me siento muy sola en esto. No sé qué hacer, diario. Siento que estoy atrapada en una historia de miedo y no encuentro la salida.

Con cariño, Grace.

Hoy en clase de historia, el tema fueron los seres mitológicos y mágicos. Me encantó tanto que casi me olvidé de todo lo malo. Max y Kallie estaban sentados cerca de mí, y no pudimos evitar reírnos cada vez que la maestra, con sus gafas deslizándose por la nariz, se emocionaba hablando de hombres lobo. Sus manos volaban por el aire como si estuviera pintando un cuadro con sus palabras.

Pero en medio de todo esto, algo me preocupaba. Este año, la maestra anunció que tendríamos exámenes sorpresa. Esa idea me hizo sentir un hormigueo en el estómago, como mariposas revoloteando nerviosas. No me gustaban las sorpresas, especialmente en la escuela.

Así que, después de clases, hablé con Max y Kallie sobre formar un grupo de estudio. Me pareció una idea genial porque además de ayudarnos a estar preparados para los exámenes, también significaba pasar más tiempo con ellos. Y, bueno, era una forma perfecta de evitar a Anya después de la escuela. Cada minuto que no tenía que pasar cerca de ella, me sentía más segura y tranquila.

Mi cumpleaños se acercaba, y este año solo quería algo simple y feliz: ir a tomar helado con Max y Kallie. Después de las últimas experiencias con Anya arruinando mis cumpleaños, la idea de una gran fiesta ya no me emocionaba.

—Mami, ¿podemos ir a tomar un helado con mis amigos para mi cumple? —le pregunté un día mientras conducía de regreso a casa después de la escuela. Pero mamá frunció el ceño ligeramente, como si estuviera pensando en algo complicado.

—Es que justo ese día no puedo, cariño, —me explicó con una voz llena de disculpas. —Tengo una reunión importante en el trabajo.

—Está bien, mamá, —dije, tratando de ocultar mi decepción. —Otro día igual.

Fue entonces cuando Dan, sentado detrás de nosotros, intervino.

—Yo puedo llevarla, —dijo con una voz firme y decidida.

—Oh, no, no te preocupes, puede ser otro día, —respondí rápidamente, casi sin pensar. La idea de que Dan me llevara significaba que Owen, y por lo tanto Anya, podrían venir también. Eso solo le daría a Anya otra oportunidad para fastidiar mi día.

Pero Dan insistió.

—No todos los días se cumplen 14 años, peque. No te preocupes, Janeth, yo la llevaré. —Su tono no dejaba lugar a discusiones.

Mamá me miró por el espejo retrovisor con una sonrisa agradecida.

—Eso sería maravilloso, Dan. Gracias, —dijo.

Asentí en silencio, sabiendo que no había más que discutir. Quizás, pensé, con un poco de suerte, podría ser un cumpleaños bueno después de todo. Y en el fondo, una pequeña parte de mí se emocionaba ante la idea de pasar mi cumpleaños con Dan y, aunque no lo admitiera, con Owen también.

La lluvia cayó en mi cumpleaños como una bendición inesperada, cancelando mis planes con mis amigos. Pero, para mi sorpresa, encontré alegría en la idea de pasar el día sola. Estaba en la cocina, ensuciando todo mientras intentaba hacer mi propio pastel de chocolate. La lluvia golpeaba suavemente las ventanas, creando un ritmo calmante que me acompañaba. Me sentía como una chef en mi pequeño mundo, emocionada por la idea de disfrutar de mi creación.

Justo cuando estaba poniendo el pastel en el horno, el timbre sonó, rompiendo el silencio acogedor de la casa. Me sequé las manos en el delantal y corrí a la puerta, preguntándome quién podría ser. Mamá y Rafe estaban trabajando, y Dan y Anya habían salido; además, ellos no necesitarían tocar el timbre.

Al abrir la puerta, me quedé helada, sorprendida. Ahí estaba él, parado bajo la lluvia ligera, con una sonrisa en su rostro.

—Alfa, —susurré sin pensar.

—Ya te he dicho que ese no es mi nombre, —dijo con un tono bromista que me hizo sonrojar. —Feliz cumpleaños, peque, —agregó, extendiendo una cajita rosa con un moño violeta hacia mí.

Tomé el regalo, murmurando un tímido "gracias". Sin pensarlo mucho, me impulsé hacia adelante y lo abracé. Su abrazo fue una sorpresa, cálido y reconfortante, y por un momento, el mundo exterior se desvaneció. Sólo éramos él y yo, y mi corazón latía rápido en mi pecho.

Cuando finalmente nos separamos, lo invité a entrar.

—¿Quieres quedarte y ayudarme a comer el pastel? —le pregunté, mi voz aún temblorosa por la emoción.

—Solo si abres el regalo y me dices lo mucho que te gusta, —se rio Owen, con un brillo juguetón en sus ojos. —Pasé horas eligiéndolo.

Con manos temblorosas y una sonrisa nerviosa, desaté cuidadosamente el moño violeta y abrí la cajita. Dentro, descubrí una delicada cadena con un dije de media luna. La luna tenía una pequeña piedra incrustada en ella, brillando con una luz suave y misteriosa, como si capturara un pedazo del cielo nocturno.

—Es hermosa, —susurré, admirando el dije. Levanté mi mirada hacia Owen, sintiendo una mezcla de sorpresa y felicidad. —De verdad, me encanta. Gracias, Owen.

Su sonrisa se amplió, y me ayudó a ponerme la cadena alrededor del cuello. La cadena era ligera, y el dije descansaba suavemente contra mi piel.

Owen entró a la cocina y al ver el desastre que había dejado en mi empeño por hacer el pastel, no pudo evitar soltar una carcajada.

—Wow, ¿hubo una batalla de comida aquí y no me invitaste? —bromeó, mirando alrededor con una sonrisa divertida.

—No, solo fue una batalla entre yo y los ingredientes del pastel, —le respondí, uniendo mis manos de manera dramática. —Y creo que los ingredientes ganaron.

—Por lo que veo, la harina fue tu peor enemigo, —dijo, señalando una nube de harina en el suelo.

—Y el chocolate fue mi cómplice traicionero, —añadí, señalando las manchas de chocolate en el delantal y la encimera.

Owen se acercó al horno, examinando el pastel.

—Bueno, al menos el pastel sobrevivió. Eso es lo importante, ¿verdad?

—Exacto, un pastel sobreviviente de una gran guerra culinaria, —dije con orgullo.

Nos reímos juntos y luego Owen se quitó la chaqueta.

—Bueno, ¿qué dices si formamos un equipo para limpiar este campo de batalla?

—¡Sí! Equipo de limpieza al rescate, —dije, buscando trapos y la escoba.

Limpiar con Owen resultó ser tan divertido como hacer el pastel. Entre bromas y risas, recogimos la harina, limpiamos las manchas de chocolate y lavamos los utensilios.

Owen realmente se había convertido en un gran amigo, aunque siempre tenía que ser un poco cuidadosa por cómo Anya reaccionaba. No entendía por qué ella no quería que hablara con él. A veces me preguntaba si Owen también tenía problemas con Anya por ser amable conmigo, pero él nunca decía nada al respecto.

Lo más sorprendente de Owen era cómo siempre parecía saber cuándo necesitaba un amigo. Cuando estuve enferma, fue él quien me trajo mis golosinas favoritas y se quedó conmigo. Y el día de mi cumpleaños, apareció con el regalo perfecto, como si de alguna manera supiera que lo necesitaba.

Cada vez que Owen tenía esos detalles conmigo, sentía un calorcito en el corazón. Me hacía sentir especial y cuidada. Aunque con Anya siempre al acecho, me preocupaba que algún día ella hiciera algo para que Owen dejara de ser mi amigo.

Después de que Owen se fue al baño, terminé de recoger los platos y limpié un poco más la cocina. Encendí la televisión y encontré un programa que me gustaba para pasar el tiempo. Los minutos pasaron y empecé a preguntarme qué estaba tardando tanto Owen.

Finalmente, después de unos veinte minutos, él regresó a la sala. Su expresión era diferente a la habitual; parecía un poco molesto, aunque intentaba ocultarlo bajo una sonrisa forzada.

—¿Todo bien, Owen? ¿El pastel no te cayó bien? —pregunté, un poco preocupada.

—Oh, no, el pastel estaba delicioso, —respondió él, intentando sonreír. —Solo... pensaba en unas cosas, eso es todo.

Lo miré con curiosidad.

—¿Seguro que estás bien? Pareces un poco enojado.

Owen suspiró y se sentó en el sofá, mirando hacia el suelo por un momento antes de responder.

—Es solo que a veces... las cosas se complican, ya sabes. Pero no es nada que deba preocuparte.

Intenté sonreír para animarlo.

—Bueno, si quieres hablar de ello, estoy aquí. Y si no, podemos simplemente ver la tele y olvidarnos de todo lo demás.

Owen me miró y esta vez su sonrisa parecía más genuina.

—Gracias, Grace. Eso suena perfecto. Vamos a ver qué hay en la tele.

Nos acomodamos en el sofá y empezamos a mirar el programa. Aunque Owen intentaba actuar como si nada pasara, no pude evitar sentir que algo lo molestaba. Decidí no presionarlo; a veces, solo estar ahí para alguien es más que suficiente.

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