31.
En la casa de Arturo, André llegó buscándola desesperadamente. Recorrió los pasillos y, al no encontrarla, preguntó a las asistentes. Nadie la había visto. Salió y se encontró con Héctor.
—¿Serena está contigo? —preguntó con urgencia.
—¿Qué? No, ella debería estar aquí recuperándose. Vine para llevarla al castillo, por órdenes de tu padre —respondió Héctor.
—Yo también vine por eso, pero no está.
Entonces la vieron: estaba en una colina discutiendo con Anthony. Ambos corrieron hacia allí.
Al acercarse, escucharon la conversación.
—¡No puedes invocar a los lobos! ¡Sería un suicidio! Solo llegarán a destruir la ciudad —gritaba Anthony, visiblemente alterado.
—Tú no recuerdas nada. Por eso dudas, pero créeme, ellos nos ayudarán —insistía Serena.
—Lo único que recuerdo son tus heridas… causadas por sus colmillos. ¿No lo entiendes? ¡Esas criaturas detestan a los humanos!
—¿Qué está pasando aquí? —interrumpió André.
—Nada… —dijo Anthony con poca convicción.
—No me mientas. ¡Escuché lo que di