30.
Los tres salieron apresurados. En la entrada los esperaba el jefe de la guardia, y al mirar hacia el balcón, vieron las señales de fuego encendidas. Las torres vigía habían sido derribadas.

El Rey se recompuso al instante:

—¡Damián, ve con tu legión! —ordenó con firmeza—. Y tú, André, ve con tu hermana. Tráela al palacio y no permitas que nadie se acerque a ella. Si esos lunáticos quieren llevársela de nuevo, tendrán que pasar sobre mi cadáver.

La ciudad era un caos. Las personas corrían hacia el castillo buscando refugio, mientras los soldados se dirigían al frente para proteger Leória. Las campanas seguían sonando, y con cada campanada se sacudía el corazón de los guerreros, preparados para morir si era necesario, con tal de proteger su ciudad y sus seres queridos. A lo lejos, el fuego ya se divisaba en los límites de la ciudad.

El aire se tornó denso. Las legiones estaban listas para avanzar. Los cascos de los caballos resonaban sobre las piedras de Leória, anunciando que la guerra
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