Capítulo Veintitrés

Sedúceme, conquístame, vuélveme tuyo.

Alexander

Ese rubor en sus mejillas, la forma en la que agacha la mirada y se retuerce los dedos con nerviosismos de un modo morboso y absurdo, me excita. No necesita hacer nada más para conseguir que la polla se me ponga dolorosamente dura y me sorprendo de mi dominio sobre mi cuerpo, solo puedo pensar en metérsela tan profundo que la sienta en el pecho, sin embargo, aquí voy con las manos en el volante ansioso por llegar.

—Yo jamás he... —Toma aire y respira por la boca.

—¿Tú jamás que, Isabella? —Con la mano derecha separo sus manos para evitar que se siga haciendo daño—. Isabella, puedes decirme lo que quieras, creo que hace rato que nos saltamos la vergüenza —indico, pero su mano se tensa entre la mía.

—No tengo experiencia previa. —Su voz es casi un murmullo, sin embargo, tiene el poder suficiente para hacer que frene de golpe.

—¿Eres virgen? —pregunto un poco más alto de lo que pretendo.

Nunca he desflorado a una virgen y no creo tener gana
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