Maremoto de emociones

Aunque Marla estaba enojada, no podía ocultar el magnetismo que ejercía aquel hombre sobre ella. La pelirrubia se increpó a sí misma “Estás aquí para enfrentarlo, no para que te envuelva”. Él abrió la puerta y la hizo pasar a aquel enorme lugar cuyos estantes estaban repletos de libros, ella se maravilló al ver lo imponente de aquella habitación.

—Siéntese, Marla —dijo con amabilidad, tomando por sorpresa a la pelirrubia. ¿Se sabía su nombre?

—Vaya, veo que recuerda mi nombre. —comentó. La comisura del lado derecho de sus labios hacia arriba simularon una sonrisa de satisfacción.

—Imposible olvidar algo que provenga de usted, su nombre, su rostro. —Jerónimo tomó asiento y entrecruzando los dedos de su mano, le preguntó:— ¿Dime en que puedo servirte? Sería exagerado pensar que la suerte está de mi lado y te trajo hasta aquí.

Ante las palabras insinuantes y el tono arrogante de la voz de aquel hombre, Marla recuperó el control de sí misma.

—Tiene mucha razón, Sr Caligari, esto n
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