El hecho de tener que viajar esa misma noche a Milán, obliga a Abel a tener que buscar la ayuda de la única persona en la que puede contar, a pesar de todo, Salvatore. Le llama para pedirle que vaya a su casa esa misma tarde.
Serena aunque sigue bastante dolida, trata de levantarse y apoyar a su hijo. Aquella noticia de su pronta partida a Milán, la deja un tanto nerviosa.
—¿Por qué debes irte tan apresuradamente, hijo?
—El sacerdote compró los pasajes, madre. Por cierto, voy a pedirle a Salvatore que esté pendiente de ti. No quiero que estés sola en este lugar. Mandaré a cambiar las erradas antes de irme y por favor, mamá no permitas que ese hombre vuelva a acercarse a ti.
—No conoces a Jerónimo, hijo. Es un hombre peligroso.
—Lo sé, sé de lo que es capaz y por eso en lo que llegue a Milán gestionaré todo para que viajes a Lombardía.
—Pero hijo, esta es mi casa, he vivido toda la vida en Tropea, no quiero ser una carga para ti, con lo poco que recibes no te alcanza sino