—¿Cómo te sientes? —cuestionó Elsa al día siguiente, acariciando el rostro de su amiga.
—Mejor —respondió con voz frágil—. Gracias por salvar a mi bebé. —Parpadeó y derramó varias lágrimas.
—Debes estar tranquila, y trabajar menos —indicó la especialista—, te advertí que tu embarazo era de riesgo.
Myriam presionó sus labios, y acarició su vientre.
—Tienes razón, pero si no hago lo que me piden, puedo perder el empleo —expresó sollozando.
—Y si sigues laborando de esa forma, puedes perder a tu bebé, piénsalo —recomendó Elsa—, te daré el alta —informó, y salió de la habitación a revisar a otros pacientes.
Myriam suspiró profundo y cerró sus ojos, entonces recordó que debía ir a trabajar, cogió su móvil que minutos antes le había entregado una enfermera, y observó que tenía un correo, sintió un escalofrío al ver que se trataba de su jefe. Se llevó la mano a la boca al darse cuenta de que había sido despedida.
—¡No puede ser! —exclamó con el rostro empañado de lágrimas, enseg