Me despierto de una siesta luego de mi intercambio con Damián sobre la visita de Michael.
Miro a un lado y veo el móvil.
Una parte de mí quiere encenderlo y llamarle, pero la otra sabe que no tiene por qué disculparse por algo que no hizo. Además, hacerlo sería como darle la razón sobre mi comportamiento.
Sin embargo. Tomo el mismo y lo enciendo.
Me siento en la cama y resoplo cuando las notificaciones de mensajes llenan la pantalla.
Los mensajes solo dicen que responda.
¿Ni siquiera una disculpa?
Eso me encabrona más.
Salgo de la cama y como no tengo ganas de bajar por algo de comer, ni de ver a nadie. Me encierro en la habitación de enfrente a trabajar. Pero, si creo que me dejarán sola, estoy equivocada.
Mi madre entra a la habitación. Nuestras miradas se encuentran y le hago un gesto para que entre. Ella cierra la puerta y camina hasta donde estoy sentada en el piso.
—¿Qué tal estás? —pregunta tomando asiento en la cama.
—Molesta con Damián—confieso.
—Llamo de nuevo hace un r