¿Será un mafioso?

Ulises cuando observó su elegancia, la manera de pararse y dirigir la mirada, supo que este hombre no podía ser cualquiera.

Tenía aires de imponencia.

—Romina —susurró en su oído—, ¿quién es este tipo, y por qué me has llamado?

—¿A qué te refieres? —le susurró ella también.

—¡Parece un mafioso! —se quejó—. Romina, si nos secuestran y mañana salimos en el periódico, te juro que no tejo en paz en el infierno.

Romina se fue en carcajadas hasta que llegaron al auto donde Hasan los esperaba con extrañez en su mirada.

—No me gusta ser preguntón, pero, ¿puedo saber por qué se ríen? —Romina estaba sin aire de tanto reírse. Hasan tuvo que pedir una botella de agua al chofer para que la chica se calmara.

—Bien, bien. —Volvió a respirar—. Pasa que mi amigo cree que nos vas a secuestrar.

Ulises pellizcó Romina en la espalda y le sonrió a Hasan, cuando la chica se quejaba y a la vez se sobaba.

—Oh, no, no. Tranquilo, soy empresario. —Estiró su mano hacia Ulises para presentarse—. Hasan Abadallah.

—Ulises Beltrán Leyva. —Sonrió un tanto malicioso estrechando su mano, lo que confundió un poco al musulmán que trataba de recordar en donde había escuchado ese apellido antes—. Un gusto en conocerlo.

—No le hagas caso —intervino Romina—. Piensa que es pariente de los líderes de un Carter de narcotraficantes. Ulys es un bromista…

Romina temía a que el musulmán considerara las estupideces de Ulises y pensara que ella se juntaba con personas chifladas. Y es que su mejor amigo, hacía eso con todos los hombres que se le acercaban. La mayoría de las veces terminaban corriendo de ella, creyendo que su amigo los mataría. Los narcotraficantes en México, eran una cuestión seria. No es un juego, nadie quería tener contacto con ellos.

Hasan asintió aún extrañado, pero de igual forma los invitó a montarse en el cómodo auto de color blanco. Romina no sabía de qué marca era, pero estaba de acuerdo en que quería uno igual.

—¿Dónde nos llevas? —preguntó su amigo. Hasan estaba en el asiento del copiloto para dejarles espacio a los dos en la parte trasera.

—Conozco un club privado. ¿No les molesta? —cuestionó—. Si quieren podemos ir a otro sitio.

—Oh, no. Para nada —dijo Romina—. Llévanos a donde tú quieras.

Ulises la pellizcó para que sujetara su lengua.

“Si no morimos esta noche, es por un milagro”.

Y así transcurrió el camino, donde Ulises le rezaba a la Virgen de Guadalupe para que los guardara y nos les robaran sus riñones.

Cuando llegaron al club, unos minutos más tarde, Ulises casi besó el pavimento.

Más adelante Hasan y Romina se sentaron juntos en una mesa, ella bebía, pero el musulmán no. Se debía a que el islam, su religión, le prohibía hacerlo.

—Siento como si te conociera de antes…

Romina también lo sentía, era una sensación bastante rara.

Como cuando sientes a alguien tan familiar, pero no comprendes la razón.

—Yo también. —Asintió con ojos curiosos.

Hasan para cambiar la conversación, agregó:

—Tu amigo es gracioso —sonrió—. Casi se desmaya cuando pasamos una luz roja en el semáforo.

Romina aguantó no reírse. Ya había sido suficiente de su risa escandalosa por una noche.

—Sé que no es muy normal —Miró hacia su amigo, que chanceaba con una chica en la pista de baile—, pero es lo único que tengo en este país…

Hasan se sorprendió. No esperaba esa confesión aunque si le parecía singular, que ella hablara diferente a los mexicanos.

—Comprendo. No debe ser fácil dejar a tus seres queridos e irte a otro país donde no sabes lo que te depara.

Romina asintió y bebió de su tequila. Tantos recuerdos del pasado en su tierra natal le dolían en el pecho.

—A veces las personas no nos entienden. —Estaba comenzado a llorar—. No estamos aquí porque queremos. Dios, estamos en sus tierras porque en la de nosotros no tenemos futuro. Aun así, recibimos mucho rechazo. Pero ¿sabes una cosa? —Bebió otro sorbo de su tequila, esta vez más profundo—. No importa cuántas veces nos denigren, seguiremos luchando hasta vernos florecer nuevamente.

Hasan sintió pena por ella. Ahora comprendía la razón por la que trabajaba en ese lugar.

No debió señalarla sin saber sus razones. Y esto era algo que muchos hacían sin saber un poco de los problemas por los que pasaba Romina.

Ella era juzgada a diario por la sociedad. Por sus vecinos, amigos y familiares.

—Lo siento mucho.

—No. No lo sientas. M****a… —Secó sus lágrimas con el dorso de su mano—. Estoy cansada, Hasan. Cansada del mundo y las personas a mi alrededor. A veces quisiera salir corriendo y gritar. Luego lanzarme de un edificio y descansar por fin.

—No digas eso. Eres una hermosa mujer…

Romina rio sin gracia y dejó escapar un bufido.

—Eso no me ha servido de nada —confesó entristecida—. ¿Sabes por qué no he hecho lo que te dije? Lanzarme de un edificio…

Hasan negó con la cabeza.

—Tengo una hermanita que me espera en casa de mis padres. —No aguantó más y lloró a cántaros con una botella de tequila en sus manos y un hombre observándola con pena—. Cuando hablo con ella, me pregunta si iré a visitarla pronto. ¿Cómo le dices a un niño que no sabes si la volverás a ver en persona? Trato de no llamarla para no romperle el corazón…

Volvió a tomar un sorbo más largo. Llevaba dos botellas en menos de veinte minutos.

—Creo que no deberías seguir ingiriendo alcohol. —Le quitó la botella y la escondió debajo de la mesa—. Si quieres te puedo llevar a tu casa.

—Ay, no. Si la noche apenas comienza. —Se levantó trasteando por la mesa—. Quiero bailar con todooos… Ya no quiero llorar más. Lo hago todas las noches. Hoy me divertiré.

Justo antes de que se cayera, Hasan se levantó y la sostuvo entre sus brazos. Los dos se miraron por un momento. Romina decía en sus cavilaciones de embriaguez, que estaba viendo un ángel.

Acarició las mejillas de Hasan como contemplándolo, quería saber si era real o solo era un sueño ficticio. Y entonces tuvo náuseas…

—Quiero… Quiero… —Y se vino en vómito encima del musulmán.

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