Majestuosa mujer

La chica caminaba sensualmente en el escenario de un antro.

A su lado había tubos de pole dances donde ella se movía, dejando calenturientos a los hombres que la observaban con deseo de poseerla.

Entre ellos se encontraba Hasan, un árabe de una familia multimillonaria de Dubái que en esos momentos se encontraba en México por negocios.

Hasan miraba a la latina con devoción. En sus pensamientos, ella era una majestuosa mujer.

Romina era la que bailaba en el tubo, desde pequeña le gustaba ese tipo de baile, era una mujer alta de esbelto cuerpo y ojos castaños.

Cada noche desde que inmigró a México, bailaba para el sustento de su familia en otro país.

Por una fracción de segundo, los ojos de Hasan se encontraron con los de Romina.

Fue increíble y extraño lo que sintieron aquellos dos al encontrarse con sus miradas, era como si se hubiesen visto antes, pero ¿dónde? No lo recordaban.

Cuando el baile finalizó ella recogió los billetes que habían dejado sobre el escenario.

Hasan sintió pena por ella.

“¿Cómo es que una mujer tan hermosa trabaja en este lugar lleno de depravados?”, pensó él desde la barra de servicio, observando a la chica recoger las migajas de dinero.

—¿Cómo se llama la señorita? —le preguntó a un mesero que dejaba botellas de alcohol sobre la barra.

—¿Habla de la estríper? —A Hasan no le gustó el nombre que usó el mesero para dirigirse a la mujer, pero de igual forma asintió—. Se llama Romina.

—¿Puedo hablar con ella? —inquirió.

—Lo siento —negó—. Ella no puede hablar con el público, solo es bailarina.

Hasan se aclaró la garganta antes de sugerir:

—¿Ni siquiera por unos cuantos dólares…? —Pensó en esa frase que solían repetir algunos de sus primos cuando volvieron de Colombia el año anterior: “con la plata baila el perro”.

El chico de traje blanco no lo pensó mucho cuando respondió:

—Hablaré con ella a ver si lo puede recibir a escondidas en su camerino. —Se marchó y en un rato después volvió con la más grande de las sonrisas.

—Lo espera en su camerino. Sígame. —Comenzaron a andar hacia una puerta negra—. Por cierto, ella también pide dinero por verla.

Hasan le restó importancia a eso. Dinero es lo que le sobraba.

Llegando al camerino, el mesero se detuvo un momento.

Romina discutía con un hombre robusto, con rostro de un marginado y un cigarro sobre sus dedos.

—¡Es mío! —exclamaba ella envuelta en furia—. Yo también tengo una vida Saúl. No tienes derecho a quitarme el dinero que me dejaron en el escenario. Así como tú, yo tengo una familia que mantener.

—Vamos, Romina… —Rodó los ojos—. Sabes que me debes mucho dinero. Incluso en este momento, podría hacer lo que se me dé la gana contigo.

—Eres un desgraciado. —Le tiró los billetes en su rostro—. Métetelos por donde no te entra la luz del sol.

El hombre sonrió, y se marchó con el dinero que Romina había ganado esa noche.

—Continuemos —dijo el mesero.

Llegaron hasta la chica que se encontraba con lágrimas en sus ojos. Ese dinero era para su familia que estaba pasando trabajo en Venezuela.

—Romy… —le habló el mesero—. Este es el hombre que preguntó por ti.

Ella limpió sus lágrimas con una sonrisa fingida.

—Un gusto en conocerla, mi nombre es Hasan. —Él le estiro su mano y ella la recibió.

—El mío es Romina Valente. Con todo y apellido. Je, je…

—¿Se encuentra bien? —indagó preocupado—. Por casualidad hemos presenciado su discusión.

—Ah, eso. —Bufó e hizo una mueca en sus labios—. No es nada. Saúl es un patán. Mi jefe.

E incluso era más hermosa de cerca.

Sus ojos eran profundos como un mar lleno de joyas y tesoros escondidos.

Por un momento, Hasan quedó embelesado en ellos, no podía creer lo hermosa que era esta mujer.

Pensó que una mujer así no se conseguía todos los días.

—¿Hola…? —Romina reía pasando su mano frente los ojos de Hasan para que reaccionara.

—Ah, disculpa. Por un momento me fui…

—Ya veo… —dijo ella moviendo la punta de su tacón sobre el pavimento. Estaba nerviosa.

—Eh, quería conocerte —admitió—. También felicitarte. Guao, de verdad bailaste increíble.

Ella sonrió mirando los rasgos físicos de Hasan.

Se había percatado de que era un árabe. Pero los recordaba más narizones, e incluso con caras de amargados.

Hasan era todo lo contrario, su rostro era amable, su barba no era tan larga y tenía un rostro joven, además de una linda sonrisa.

Era como un Christian Grey versión musulmán.

—Muchas gracias. Pero supongo que no has venido nada más a felicitarme. Vayamos al grano: nunca me he prostituido, pero supongo que siempre hay una…

—Oh, no… Te confundes, no he venido por eso —interrumpió avergonzado.

A Romina se le sonrojaron las mejillas de la vergüenza. ¡La estaba rechazando! Eso era un golpe para su ego.

—Oh… —nada más pudo decir eso como respuesta.

—No te ofendas… —aclaró—. De verdad eres hermosa, pero Alá no me permite hacer eso. De hecho, quiero ofrecerte otra cosa…

Ella todavía abochornada solo asintió para que el hombre continuara hablando.

—Quiero que aceptes una cita esta noche conmigo. Me gustaría conocerte. ¿Te parece bien?

—Un poco apresurado, sí. —Rio entre dientes—. Pero bueno, no tengo más nada que hacer por hoy. Creo que después de lo que acabo de pasar me gustaría salir y tomar un poco de aire.

Hasan asintió entusiasmado. Diablos, la mujer de la barra acababa de aceptar una cita con él.

El musulmán se sentía orgulloso.

¿Y quién no con semejante mujer?

Debía estar bien cansada de la vida para aceptar una cita con un desconocido.

Y entonces agregó:

—Pero con una condición. —Hasan no le quedó de otra que asentir. Después de todo, ya había aceptado—. Llamaré a un amigo para que nos acompañe. ¿No pensabas que me iría sola con un desconocido, no?

El mesero que aún seguía a su lado, rio.

—Por supuesto —respondió.

—Supongo que ya te puedes marchar, amigo.

El mesero observó a Romina antes de marcharse a las mesas de los clientes que desde hace rato lo llamaban, pero por estar pendiente de su amiga, no pudo llegar.

Ya saben, nunca se sabe con un desconocido. Además, de que era algo que pasaba frecuentemente con Romina.

Los hombres la buscaban para pasar una noche con ella. Al final los rechazaba e intentaban golpearla o llevársela a la fuerza, pero esta noche ella estaba tan exhausta de vivir, que no le importó salir con alguien al que no conocía.

Romina llamó a su amigo en cuestión de segundos.

También aprovechó para cambiarse por un vestido de noche. Era uno corto, hasta la rodilla, escotado.

Antes de eso le dijo a Hasan que la esperara en la barra de bebidas.

Al cabo de unos cuarenta minutos ella salió por la puerta trasera, donde se encontró con su mejor amigo, que la acompañaría a su cita inesperada con el árabe.

—¿Segura que no es un secuestrador de mujeres? Te he dicho que no confíes en nadie —le recordaba mientras andaban en el estacionamiento donde debía estar el musulmán esperándolos.

—Para eso te llamé. Ya sabes, dos personas pueden más que una —bromeaba para que su amigo se enojara.

—Romy, si nos secuestran, yo te mataré si logramos salir.

—Ay, no seas cobarde, Ulises. —Su amigo refunfuñó por como lo llamó—. Cualquier cosa le doy con el tacón en la cien y después lo tiramos en el río.

—Me preocupas, Romina…

Romina continuó burlándose de su amigo hasta que vieron al auto de Hasan.

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