Una muerte inesperada

Presente.

Romina se acercó a Basima y le guiñó el ojo.

—¿A quién miras con tanto interés? —Le sonrió para ponerla nerviosa—. Todos los hombres que han venido al baile están bien guapos.

Basima bebió de su jugo y le dijo:

—Yo en nadie… —mintió—. Sí, sí… supongo que están guapos.

Un muchacho la observaba desde un grupo de hombres que charlaban agrupados en una mesa. Basima no hallaba la manera para evitar que la mirase tanto.

—Quiere algo contigo… —siguió Romina, incitándola—. Si quieres puedo cantarte la zona.

—¿Cantarme qué? No te comprendo…

Romina giró sus ojos y dejó la copa que contenía jugo de uva sobre la mesa.

—En mi país nos referimos a eso, cuando debemos cuidar de que personas, o alguien en especial se entere de cualquier acción que estés llevando a cabo. Cantar la zona es avisarte si un imprevisto surge.

Basima rio con gusto.

—No, para nada. Yo estoy casada…

Romina enarcó una ceja.

—¿No te gustaría la compañía de un hombre en este momento? Tal vez incluso enamorarte…

Basima
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