¡Se hombre tiene dinero!

Romina volvió a chillar emocionada.

—Ese hombre tiene dinero.

—Por eso mismo, nunca dude que me sacarías de la pobreza —Ulises se fue hacía el closet a buscar un vestido—. Usaras este vestido que jamás en mi vida te he visto usándolo.

Romina se quedó boquiabierta. Ese vestido era corto y escotado. Muy escotado.

—No manches, como diarias tú. Voy probablemente a una cita no a un burdel.

Ulises rodó los ojos. Tomó un vestido blanco, ligeramente escotado. Este era un poco más largo, llegándole a Romina un poco más debajo de las rodillas.

—Este es perfecto, resalta tus curvas, y tienes unos pechos increíbles, madre mía.

Romina lo observó con suficiencia.

Tomó el vestido de las manos de su amigo, y se miró en el espejo con la prenda sobre su cuerpo. Y era cierto, su figura era fenomenal, ni ella misma se atrevía a decir, que no era físicamente perfecta.

—Sabes, desde pequeña admiro a un personaje ficticio, de una telenovela mexicana.

—¿Sí? —indagó, Ulises—. ¿Cual?

Romina soltó una risita y observó a su amigo maliciosamente.

—Entre ser y no ser… —dijo sonriéndole, con picardía—, soy yo.

—Teresa…

Asintió.

—Todos la juzgaban, la maltrataban, la denigraban por sus raíces —decía mientras se contemplaba, aún en el espejo—. Pero ¿qué mal hizo Teresa? Dime, Ulys.

—Mmms, engañó a todos. Maltrataba a sus familiares. Su mamá por ejemplo.

Romina negó con la cabeza.

—No, Ulys. A ella no le dieron oportunidad de ser una buena persona —empezó a explicar—. Su madre quería que se quedara pobre como ella, no la dejaban aspirar a más. Le decían que, por haber nacido pobre, así se quedaría por siempre.

Sus disque amigos de la universidad no podían saber sobre sus raíces, porque enseguida la denigrarían, no la apoyarían, y aunque era ficción, era es un reflejo de esta sociedad en la que vivimos.

Las mujeres como Teresa, tenemos que aspirar a llegar alto, no esperar que un maletín de dinero nos caiga del cielo, tenemos que sacrificar muchas cosas, sin importar a quien pisemos en el camino. Siempre y cuando lleguemos a la cima.

Se giró y miró a su amigo, que la miraba con la boca abierta.

—Dile que me espere en la sala—agregó—. Saldré lo antes posible.

Antes de irse de la habitación le dijo:

—No te enamores Romina. Recuerda que teresa lo hizo y salió quemada.

Romina bufó con arrogancia.

—La diferencia entre teresa y yo, es que ella se aferró a un hombre, se enamoró. Yo no me enamoro —rio con suficiencia—. Antes de que me utilicen, yo los utilizo a ellos, y si no me sirven los deshecho.

Ulises rio y negó con la cabeza: “ella misma se enterrara viva en ese círculo vicioso”, pensó y terminó por marcharse.

…….....

Romina había llegado a un restaurante que al parecer estaba vacío, Hasan debió haberlo alquilado, para ellos dos, ese pensamiento le emocionaba. Aunque aún se sentía avergonzada por el bochorno de la noche anterior.

Hasan al observarla se levantó y le ofreció un asiento, Romina lo tomó con una ligera sonrisa de agradecimiento. Cuando el hombre se acomodó en su puesto, la chica quiso hablar pero fue interrumpida por él.

—¿Te sientes bien? Oh, ibas a decir algo, disculpa —sintió, vergüenza.

—Hola, Hasan —dijo primero, esquivando el azul intenso de sus ojos—. Quería disculparme por el bochorno de anoche. De verdad no era mi intención. Solo que… Bueno, cosas que pasan.

Él no la juzgó en ningún momento, tampoco se molestó. Al revés, lo que hizo fue ayudarla. Y era lo que también quería nuevamente hacer en ese momento.

—No te preocupes, Romina —aseguró y ella se calmó—. Sé que estas cosas pasan. Bueno, en mi casa no. Pero por estos lados sí.

—No suelo ser así —aseguró ella, para recuperar un poco de su dignidad—. Pero estaba muy cansada…

—Me contaste, incluso lo de tu hermana.

Romina se quedó pestañando. ¡Ella no recordaba esa parte! Entonces, ¡¿qué más le dijo?! Oh, pero es cuando llegara al departamento le daría otro jalón de oreja a Ulises, por no haber estado presente para que le sujetara su lengua.

Romina se puso pálida y se mareó.

—Disculpa, ¿qué más te dije? Seguramente te conté toda mi vida.

Hasan sonrió para calmar sus nervios, quería que Romina sintiera que él no la juzgaría. Que la comprendía.

—Nada fuera del orden —aseguró—. ¿Te gustaría comer o tomar algo? Te has puesto como un cadáver.

—Agua sería suficiente —pidió—. Ahora que estamos yendo al punto. ¿Para qué me has citado en este lugar? No creo que solo para comer.

Hasan asintió con la cabeza, dándole a entender que tenía la razón.

—Tengo algo para ti. Una propuesta para ser más claro.

Romina arrugó su ceño, y enarcó una ceja.

—¿Propuesta? —entonces pensó, que se trataba de un proxeneta—. Ay no, debí saberlo, eres uno de esos que ofrecen dinero para que trabajemos en un prostíbulo de Canadá.

Hasan rio a carcajadas.

—Te he dicho que no soy nada de eso —explicó—. Soy empresario.

—Sí, así le dicen al mercado de prostitución.

—Romina…

—Hasan…

—Quiero que te conviertas en mi esposa.

Romina se quedó boquiabierta.

—Me… ¿me estas ofreciendo matrimonio? —su ceño se hundió. De todas las cosas que pudo haberle ofrecido este hombre, jamás se imaginó que era una propuesta de matrimonio.

—Claro. Eres una mujer hermosa —aseguró—. Y, yo estoy necesitando una esposa… Quiero que nos casemos.

—Oye, esto es una broma de mal gusto —se levantó de su asiento, molesta.

—No es un juego. Mi deseo es formar una familia. Y creo que tú eres perfecta —se levantó él también, y se acercó a ella.

Romina soltó una carcajada.

—¿Yo…? —se señaló.

—Sí, tú —respondió, con naturalidad. Como si lo que le estaba proponiendo era algo normal para él.

—¿Qué tienes tú para ofrecerme, que me convenza de casarme contigo?

Él no lo tenía que pensar dos veces para decirle:

—Una empresa en Dubái de la cual soy el dueño. Soy multimillonario, jamás te faltaría nada a mi lado.

Romina le dio una bofetada de la cual no se olvidaría pronto.

—¿Quién crees que soy? ¿Una cualquiera?

El hombre sobó su mejilla hinchada. Jamás una mujer se había atrevido a pegarle. Podría devolvérsela, pero era un caballero, incluso podía echarla, pero ella era su única salida.

—No quise que sonara de esta manera. Solo quiero una esposa.

—Dame una prueba, de que eres quien dices ser —exigió, sin poder creérselo.

El hombre sacó de su bolsillo, un celular donde le mostró fotos con su familia en los mejores hoteles de la ciudad musulmana. Además de imágenes en el desierto de arabia. Y otras donde estaba rodeado de muchas joyas.

—Esa es mi familia. La misma que me está exigiendo una esposa. Y creo que eres perfecta para eso.

—No soy un premio Hasan. Te has confundido de mujer.

Hasan tenía que pensar rápidamente, en una forma en la que Romina no se viera como una interesada, sino más bien como una beneficiada. Bueno, era lo mismo pero en diferentes palabras. Una sonaba peor que la otra.

—Pagaré todo lo que debes esta misma tarde. Incluso, te ayudaré con tu familia. No veas esto como una obligación, más bien míralo como una oportunidad de salir adelante.

—¿Contigo?

—Así es, conmigo.

Romina observó en sus ojos, la desesperación. Hasan decía la verdad. Pero esto no era algo, que se decidía de un momento a otro, necesitaba tiempo.

—Hasan… —pronunció, su nombre algo ofuscada—. Esto es muy pronto para decidirlo.

—Yo tampoco tengo tiempo, si no eres tú será otra persona elegida por mi padre —sus ojos rogaban, que Romina aceptara—. Ayúdame que yo te ayudaré.

—¿Puedo pensarlo hoy?

Hasan asintió.

—Tienes hasta las ocho de la noche para decidir. Mañana me iré a Dubái.

Romina asintió, aún consternada.

«¡Un árabe multimillonario acaba de ofrecerme matrimonio!», tenía que, repetírselo para poder creérselo.

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