El señor Robinson acercó a su hijo, se inclinó y lo cargó, sentándolo en su pierna sana.
—Señor, no debería…
—Cierra la boca —ordenó el CEO a su asistente.
—Papitooo —lloraba el pequeño Freddy, aferrándose a su padre, quien en un instante correspondió el abrazo, dándole palmaditas en la espalda.
—Estoy bien, no es nada. Me voy a recuperar, te lo prometo, ¿sí? —el niño asintió a las palabras de su padre, quien acarició su cabecita—. Así que deja de llorar. Tengo que ir a la habitación; no dormí bien en el hospital.
—¿Tomo la siesta contigo, papito? Te contaré un cuento —sonrió Freddy entre lágrimas, mientras Franklin comenzaba a limpiarlas con sus manos.
Emily observaba la escena, sintiendo cómo la presión y las dudas en su interior comenzaban a desvanecerse. Sonrió débilmente, su corazón se derritió de cariño ante tal momento.
—Está bien. Puedes venir… Pero, ¿por qué no te adelantas y eliges un buen cuento? Tengo que hablar con Emily.
El niño asintió. Jack lo bajó del regazo