MAYO
Cuando pedir comida a domicilio se convierte en rutina, cocinar se vuelve un juego de matemáticas. Me quedé en la cocina, rodeada de ollas, sartenes e ingredientes. No. Era peor que matemáticas. Respiré hondo y me armé de valor para empezar a cocinar. Era la primera vez que intentaba preparar una comida de verdad y, sinceramente, ni siquiera sabía por qué lo hacía. ¿Para recuperar una sensación de control? ¿De poder? No lo sabía. Lo que sí sabía era que la idea de cocinar algo me había obsesionado desde que el señor Walters se fue.
Sushi. Esa era la comida. Coloqué cuidadosamente todos los ingredientes sobre la encimera: pescado fresco, alga nori, arroz glutinoso y una variedad de verduras coloridas. Había visto infinidad de tutoriales en línea, estudiando las técnicas e intentando memorizar los pasos. ¿Qué tan difícil podía ser?
Sin embargo, pronto me di cuenta de lo mucho que me había superado. Me costaba dar forma al arroz; los granos pegajosos se me escurrían entre los dedos