Valentina lanzó un grito de sorpresa, pero en un instante, una mano grande cubrió su boca, silenciándola. El grito se cortó bruscamente. Valentina olía un fuerte hedor a alcohol y luego la voz grave de un hombre resonó sobre su cabeza:
—Quédate en silencio, si no quieres atraer a la gente. Imagina los titulares de mañana si nos ven juntos.
Dijo Santiago en voz baja, casi deseando que alguien los fotografiara. Pero pensando en la aversión y el rechazo de Valentina hacia don Mendoza, Santiago se contuvo. Había planeado que Valentina y don Mendoza pasaran tiempo juntos esa noche, esperando cambiar la mala impresión que ella tenía de él.
Las palabras de Santiago calmaron bastante a Valentina. El olor del alcohol la hizo recordar involuntariamente aquella noche en la villa de la familia Rodríguez, donde don Mendoza también desprendía un fuerte olor a licor.
—¿Quién... quién eres? —preguntó Valentina con cautela—. No... no me harás daño, ¿verdad?
No hubo respuesta en la oscuridad. Valentina