Valentina había regresado temprano a la Villa de Los Pinares para preparar la cena en honor a Alonso, un invitado distinguido.
Al entrar, el aroma intenso de la comida la envolvió. La mesa estaba servida con sus platillos favoritos, deliciosos en sabor y apariencia.
«¿Esto...?», pensó Valentina, dudando si había entrado en la casa correcta.
Justo cuando iba a salir para verificar, su marido, con quien se casó en un matrimonio relámpago, apareció desde la cocina.
—Ya regresaste, qué bien. Justo estoy terminando el último plato, ve a lavarte las manos para comer.
Dijo Santiago, sosteniendo un plato de verduras salteadas y vistiendo un delantal, como un perfecto esposo dedicado a las labores del hogar. Su rostro apuesto no perdía encanto con esa vestimenta; al contrario, parecía más auténtico rodeado de los aromas cotidianos de la cocina.
Valentina se quedó atónita por un momento, luego miró la mesa y preguntó con asombro:
—¿Esto lo hiciste tú?
—Prueba y verás si es de tu agrado —le respo