127. Lucha sin fin
Nuria
La primera cosa que sentí fue el olor.
No el de la enfermería, ni el de las compresas o la sangre seca que aún flotaba en el aire.
Sino el de él.
Amaderado. Denso. Familiar. Mezclado con una nota de algo nuevo.
Algo roto.
Abrí los ojos con esfuerzo. Los párpados pesaban como si el mundo se hubiera derrumbado sobre mí. La luz era tenue, filtrada por una de las ventanas parcialmente cerradas.
El dolor vino justo después.
Fuerte. Pulsante. En el muslo.
Un recordatorio de que no fue un sueño.
El ataque. La sangre. El miedo.
Intenté mover la pierna, pero un gemido escapó antes de que pudiera. Todo el cuerpo estaba débil, pero aún así... vivo.
Giró el rostro despacio.
Y entonces lo vi.
Stefanos.
Sentado en un sillón al lado de mi camilla, el codo apoyado en la rodilla, la mano entrelazada con la otra, los ojos fijos en algún punto perdido del suelo.
Él estaba allí.
Pero parecía... lejos.
Como si el cuerpo hubiera regresado, pero el alma aún estuviera atrapada en el pasillo donde todo