124. Reza
Stefanos
El suelo vibraba bajo mis pies.
Las paredes. El techo. El aire.
Todo parecía estremecerse a mi alrededor mientras caminaba por el pasillo del subsuelo.
Pero no era el ambiente.
Era yo.
El lobo dentro de mí ya no gruñía.
Se deshacía. Rasgaba. Ansiaba sangre.
Las luces parpadeaban como si la electricidad temiera mantenerse encendida ante mi furia. Los soldados en el camino abrieron espacio, retrocediendo como si mi toque quemara.
Y quemaba.
El mundo entero parecía saber que el Alfa había superado todos los límites de la tolerancia.
El caos alrededor… se silenciaba.
Porque cuando un lobo como yo entra en modo de caza, hasta el aire contiene la respiración.
La celda estaba delante.
Pesada. Reforzada. Fría como el metal de la muerte.
El lobo estaba allí. Sentado en la camilla improvisada, cabeza baja, los codos apoyados en las rodillas. Parecía tranquilo.
Parecía.
Hasta que levantó los ojos y me encaró.
Y sonrió.
Una sonrisa sádica, enferma. Como si estuviera orgulloso.
"Abre", or