112. Propósito
Stefanos
El suelo helado bajo mis pies era un contraste bienvenido a la cálida calma que aún vibraba bajo mi piel.
Estaba descalzo, vistiendo solo unos pantalones de chándal oscuros. Sin camisa, con el pecho aún húmedo por la ducha y por la entrega que solo ella conseguía arrancarme. No lo admitiría en voz alta, pero me sentía ligero. Diferente. Como si, por primera vez en años, hubiera espacio dentro de mí para algo más allá del deber.
Pero la paz duró poco.
Caminé por los pasillos hasta el ala de contención. Los sonidos cambiaban a medida que avanzaba. El silencio se volvía más denso. Más cargado.
Y entonces me detuve frente a la celda.
Allí estaba él.
Johan.
Sentado en la esquina, los ojos rojos y hundidos, las manos entrelazadas sobre las rodillas. El olor a rabia todavía estaba allí, mezclado con arrepentimiento y orgullo herido.
"¿Pensaste en tus actos?", pregunté, mi voz firme, cargando la autoridad que él parecía haber olvidado.
Él me encaró, pero no se levantó.
"Sí, pensé", g