Capítulo 4 - Encuentro conmigo mismo

Bajé del carro más porque necesitaba quedarme solo que por escuchar una misa. Me dirigí al portón, iban a ser las seis de la mañana, vi la banca, al lado de un gran árbol. Era un bello jardín, adoquines que dirigían el camino evitando averiar el pasto.

No tenía idea porque me encontraba aquí aguantando frío, debería estar esperado a Sandra para que en la cara me diga la verdad. Sin embargo, al cerrar los ojos, lo primeros que me viene a la cabeza era la mirada de asombro de Virginia… Todos los días de mi vida he lamentado haberla perdido. Después de los dos meses de haberme casado se instaló una eterna tristeza en el alma y supe que era por haberla perdido.

Y hoy la vida me restregó el gran error cometido. Como se justifica que me iba a casar con la mejor mujer del mundo y terminé con ella para casarme con una… otra. —apreté las manos en un puño y el dolor de la mano izquierda me alertó de que debía de tener algo fisurado.

—¿Quiere un poco de café? —miré al señor con un pocillo en su mano—. Sigue en tus cavilaciones hijo, yo no molesto, todos los días agradezco el despertar tomándome un tinto con mucha dignidad, en la banca donde hablo con el Señor. —sonrió, tenía ganas de irme y al mismo tiempo quedarme.

—Lo siento, padre Castro, no era mi intención molestar. Alguien me recomendó el lugar y otra persona me dejó para que pensara.

—Tu rostro me es conocido, no de los feligreses, sino de los amigos de la familia Abdala L’Charme. ¿Estoy en lo cierto?  

—Ellos son mis mejores amigos.

—Anda el café caliente es mucho más rico, para el frío capitalino, tú sigues en tus pensamientos y yo agradeciendo la belleza de despertar un día más.

—Yo quisiera no despertar cuando vuelva a dormir.

—¡No digas blasfemias! Mejor tomémonos el tinto con dignidad.

—Y, eso, ¿cómo es?

Sonreí al verlo. Se sentó y se relajó, comenzó a tomar su café en silencio. Comencé a hacer lo mismo, fui consciente de cómo la cafeína ingresaba a mi sistema, ni que supiera lo mucho que me gusta el café. Este estaba ni mandado hacer, cargado y con poco azúcar. Al terminar suspiré, lo miré, él ya lo hacía.

—Así es tomar el tinto con dignidad, dándole la importancia a tan insignificante acto. —volví a sonreír.

—Lo tendré presente, padre.

—Bueno, ¿puedo saber por qué te adueñaste de mi banca a tan temprana hora? —No me regañaba, su mirada tranquila era como una anestesia a mi agitada alma.

—César dijo en repetidas ocasiones que lo visitara.

—Él me dijo que me mandaría a un amigo, eso fue hace varios meses.

—Perdón, no soy tan fan de la iglesia.

—La iglesia es lo de menos, ¿qué tan fan eres de Jesucristo?

—Mi madre me enseñó a no hablar de las cosas que no conozca, he crecido en el ámbito católico, tengo los sacramentos más, no soy practicante.

—Eres sincero muchacho, punto a tu favor. —volví a sonreír.

—¿Se puede ser sincero con el mundo, menos con uno mismo? —El anciano alzó la ceja.

—Que buen regalo me ha otorgado el señor el primer día del año, una buena tertulia, empecemos por el principio, sabes de mí, en cambio, yo no, me encuentro en desventaja.

—Soy Alejandro Orjuela Daza, arquitecto, casado con un demonio de mujer y tengo un hijo precioso al cual adoro.

—Ahora, sí Alejandro, ¿cómo es eso que no eres sincero contigo mismo?, he escuchado la versión contraria, y el que uno lo diga de dientes pa’ fuera. En el fondo de nuestro ser, no nos mentimos.

—Yo me mentí por un tiempo padre, borré mis verdaderos sentimientos, haciendo daño a un ser que amo demasiado, cuando ya no podía devolver las burradas hechas de mi parte, dos meses exactos hace seis años desperté a la una de la mañana y no volví a ser el mismo. —Se quedó pensando.

—Interesante, me gustaría saber más de ti y tu caso. Así poder opinar si me lo permites o determinar en qué puedo ayudarte.

—No sé si puedan ayudarme.

—Quiero escuchar más.

—¿Historia larga o corta?

—Corta, luego me das detalles cuando vuelvas a utilizar mi árbol. —volví a sonreír, él seguía analizándome.

—Desde que ingresé a la universidad me enamoré de una belleza de mujer, impacta su porte, su físico, no parece colombiana, pero lo es más que usted y yo juntos. Con los meses descubrí que esa belleza que refleja su físico era mero reflejo de quien, era ella por dentro. Su carisma, su manera de ser, su sonrisa, su ternura, me iban jalando a girar en torno a ella, no me atrevía a decirle nada. Yo era un mero mortal, ella una diosa.

» Era integrante de nuestro grupo de amigos y fueron ellos los que nos unieron, de lo contrario jamás habría compartido su vida conmigo. Nos hicimos novios en el último año de carrera, luego nos fuimos a vivir juntos, íbamos a casarnos. Unos meses antes de nuestra boda le salió trabajo en una multinacional para ser la directora de obra y comenzaría con un hotel en Santa Marta.

» Se fue a trabajar, nos veíamos cada mes, sin embargo, eso nos alejó, y antes de faltarnos terminé con ella dos meses antes de la boda. —No tenía idea porque me salía tan fluido hablar con este señor, no he podido hacerlo con mis amigos—. Un mes antes de terminar mi relación, conocí a una mujer y por eso antes de serle infiel a Virginia le terminé. A los meses me casé con Sandra.

» Tres años después nació nuestro hijo, un matrimonio de apariencia desde hace mucho, todo cambió desde esa noche y ahora debo estar pagando las consecuencias de mis errores, mi esposa me es infiel. De hecho, en este momento se encuentra con su amante, al quien le pagué la remodelación de su casa, entre otras cosas que ha hecho ella. Me encuentro aquí porque César me pidió que saliera para calmar la rabia y no hacer una locura. Ese es el resumen.

—Tendremos bastantes huecos en los que hablar. ¿Me permites opinar? 

Esa pregunta me trajo a Virginia de inmediato, ella cuando me ofuscaba hacia la misma pregunta y de manera inmediata me calmaba. Afirmé.

—Deduzco que la tristeza en tus ojos no es por la infidelidad de tu esposa, sino por el remordimiento de haber perdido a tu anterior novia. —alcé mi ceja, ¿tan evidente soy?— Dado a tu silencio lo tomaré como una aceptación. Ahora te haré algunas peguntas. ¿Amas a tu mujer?

—No, nunca.

El padre se quedó en silencio, pensando en lo estúpido que fui por cambiarla.

—Entonces la rabia no es por la infidelidad y el engaño, es porque ahora la vida te dice en la cara que si fue un error dejarla. Según tu concepto.

—No hay otro, el Dios que dice mi madre, me estaba castigando.

—No es Dios quien castiga hijo, son el resultado de tus acciones los que te responden, Dios nos dio el mayor regalo y es escoger, tener la capacidad de decidir. ¿Qué te llevó a decir que con tu anterior novia ya no había amor?

Sí que era directo, esa pregunta entró a mi pecho como una daga, porque fui tan imbécil. El labio me tembló.

—Un estúpido machismo. —Lo había dicho, contuve las ganas de gritar—. Ella escogió su trabajo, el gran puesto y me dolió el hecho que no pensara en mí porque nos veríamos solo una vez al mes por el tiempo que durara la obra. Esa razón suena tan patética, no obstante, fue mi justificación, luego…

—Te diste cuenta de que había otras opciones. Siempre hay más opciones. ¿Ella lo sabía?

—Era mi mujer, me conocía, no tenía por qué decirle que no me gustaba que trabajara lejos con tantos hombres. Sus jefes eran extranjeros, griegos, árabes, no tenía por qué decírselo, era obvio.

—Obvio, ¿ella tenía que ser adivina? —miré mal al padre—. Puedo brindar consuelo en mis palabras con verdades, nunca me pongo del lado de quien viene a hablar, confesar o buscar consejo. ¿Sabes cuál es tu problema? —No dije nada, me he dado rejo todo el tiempo, por eso—. Que eres inseguro. —arrugué mi frente y lo miré desconcertado, el padre sonrió, no esperaba esa respuesta—. Esa es la raíz de todos tus males.

—¿Por qué lo dice?

—En lo poco hablado, deduzco que te sentiste intimidado por la presencia de hombres extranjeros, comentaste de su belleza, algo fuera de lo común, con rasgos europeos, llegaron buenos partidos dignos de una reina y tú te sentiste desplazado. No miraste ni le preguntaste por qué tomó la decisión o la motivación que la impulsó a trabajar lejos de ti.

» Hay miles de posibilidades del lado de ella. Mientras tú solo te cegaste en que era más probable que tú no fueras suficiente hombre para Virginia y antes de escucharlo de su boca, preferiste ser tú quien lo hiciera, porque tu corazón no lo toleraría.

Carajos y mil veces carajo. Este hombre hablaba y mis manos volvieron a temblar, ¿cómo una persona puede ver tan claro lo que a mí me costó años entender?

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