CAPÍTULO CINCO: SUEÑOS, ABRAHAM

¿Es malo soñar con el amor? ¿Es malo crear un mundo dónde esa persona está siendo feliz a tu lado?

Abrió los ojos al escuchar risas en la parte baja de la casa, tan estruendosas que provocó una sonrisa en los labios del moreno. Talló sus ojos y se sentó en la cama, tomó la chompa y se la puso, esa mañana parecía más frías como ninguna, y podía escuchar como los arboles bailaban ante el fuerte viento que corría a esas horas.

Bajó las escaleras y se sorprendió al ver a Sara con una de sus camisas puesta, con Bianca en la cocina y el pequeño Jimi sentado en la mesa sosteniendo su taza de leche, éste al verlo dejó el recipiente en la mesa estirando sus manos hacia Abraham, que aún perplejo no dudó ni un solo segundo en tomarlo en sus brazos recibiendo un cálido abrazo.

Sara se giró riendo, su cabello suelto brillaba al igual que su rostro, esos ojos parecían luceros y la sonrisa en los labios era tan bonita que se quedó por largo rato mirándola.

Dios, ella era hermosa.

            ―Te dije que te llevaríamos el desayuno ―Sara se quejó inclinándose para dejar un beso en sus labios, tan fugaz que se quejó obteniendo risas alrededor. ¿Qué estaba pasando?―. Ve y duerme, espéranos.

            Pero él no pudo moverse, se atrevió con timidez levantar su mano y pasar sus dedos por el hermoso rostro de Sara, recorrió con las yemas sus cejas, su frente y su pequeña nariz, vio las comisuras de sus labios elevarse ante aquel gesto. Pero él no podía apartar sus manos de su rostro o incluso sus ojos de ella, eso era un sueño, no podía ser real tenerla tan cerca.         

            ―Encuéntrame en tus sueños, mi amor ―fue lo último que dijo y él se ahogó levantándose de golpe, tomó bocanadas de aire hasta que su respiración se fue normalizando. Se acomodó en la cama y pasó sus dedos por su pecho, sobando ante la caída de la realidad que había tenido.

            ¿Cómo te encuentro, Sara? Preguntó en su mente. Se giró y vio que faltaban cinco minutos para que la alarma sonara, así que se puso de pie, desactivo la alarma y fue directo al baño para darse un largo duchazo de agua caliente antes de salir a trabajar. Se puso el uniforme de la empresa que consistía en botas de goma color gris, junto con unos pantalones negro sueltos, una playera manga larga que llevaba el logo de la empresa y encima se puso una chaqueta por el frío que estaba haciendo. Tomó el celular y la pequeña mochila que había preparado desde la noche anterior.

Su casa era grande para él y silenciosa, incluso extrañaba las risas de su hermana, había demasiado silencio en esa casa, pero por ahora, era todo lo que tenía. No alcanzó a desayunar porque iba sobre la hora, así que tomó las llaves de la moto y salió, se subió y manejó en dirección a la casa de Manuel, le envió un mensaje y a los segundos vio como las luces de la planta baja se encendía y también las del piso de arriba.

Con curiosidad levantó la mirada, buscándola y se encontró con sus ojos vacíos y tristes, viéndolo fijamente para después desaparecer entre la cortina, él soltó un suspiro pesado y deseó que su sueño hubiese durado un poco más.

            ―Así como el calor azota este lugar, el frío es peor ―se quejó Manuel poniéndose una bufanda en el cuello, Abraham sonrío tendiéndole el casco y éste agradeció―. Siento que este fin de semana se hizo eterno, ¿o solo fui yo?

            ―Parecían cinco capítulos de una novela escrita por un desdichado ―respondió Abraham mientras esperaba que su amigo se pusiera el casco―. ¿Cómo está Sara?

            ―Amigo, sabes que te quiero como un hermano y por eso te daré un consejo ―Manuel lo miró con seriedad―. Sigue con tu vida, avanza y olvídate de Sara.

Abraham asintió y se puso el casco, arrancó en dirección a la empresa que quedaba a quince minutos, cuando entró dejó ambas credenciales, junto con la hora de entrada. Saludó a los de seguridad y Manuel se despidió yendo hacia su puesto de trabajo que estaba en otra ala a la suya, el estacionó la moto, la aseguró y fue directo a desayunar, tenía al menos unos minutos más antes de empezar la jornada.

***

Sara soltó una bocanada de aire cuando escuchó una moto estacionarse, se puso las pantuflas y se asomó con rapidez, el corazón golpeándole con fuerza como si conociera aquel sonido, relacionándolo al ruido de la moto de los amigos de su esposo.

Pero no era él, al contrario, era Abraham que estaba esperando a su hermano, se abrazaba porque seguramente hacía mucho frío, mientras ella en su habitación tenía la estufa encendida. Lo miró por largo rato hasta que él levantó la mirada, la mujer avergonzada cerró las cortinas y al ratito la moto arrancó. Él ya no estaba.

La mujer regresó a la cama, tiró de las sabanas y las frezadas dejándose envolver por el sueño, estaba tan cansada, como si por quince años hubiese trabajo sin descanso, sin poder dormir, tal vez era así, vivir con su esposo fue eso, un limbo donde no dormía.

Horas después se levantó, el corazón golpeando con fuerza su pecho dejando restos de aquella pesadilla.

            ―No recuerdes, Sara, no lo hagas ―suplicó en voz baja echa un ovillo en la cama pero no sirvió, cerró los ojos y gimió cuando los recuerdos golpearon con fuerza su delgado cuerpo y débil mente.

            Había terminado de limpiar la casa y cocinar a tiempo, Jimi estaba tendido en la cama dormidito con su ropa de marinerito, ella pasó sus dedos por su rostro, y él sonrío de una manera que hizo que su corazón golpeara de felicidad, era su recompensa ante lo que tenía que aguantar.

            ― ¡Ya estás tirada sin hacer nada! ―el grito de Eder la hizo sobresaltar, la joven ni siquiera le dio tiempo a ponerse de pie cuando la figura grande de su marido se acercó. Había tomado otra vez, olía a licor y a mujeres, el cabello apuntando a varias direcciones mientras la ropa la llevaba sucia por el trabajo―. ¡Para nada sirves!

            ―Yo ya cociné, amor, ya limpié ―murmuró bajito cuando él se abalanzó a su cuerpo, ella rápidamente levantó las piernas empujándolo con sus pies, sus manos las llevó a los hombros de él, pero Eder era demasiado fuerte para ella y aunque peleó, él terminó lanzándole una fuerte cachetada.

            Gimió, pero aun así trató de callar su llanto cuando Eder volvió a golpearla y aunque ella se defendió, no pudo evitar ese golpe. La joven tembló cuando Jimi empezó a llorar y aprovechó a ponerse de pie, sabiendo que su marido nunca le pondría un dedo encima a su bebé. Avanzó, la ropa corta que llevaba toda desarreglada por los golpes y corrió hacia el baño, se quitó la ropa quedando en ropa interior, tratando de quitarse el rastro de él, pero Eder no la iba a soltar fácilmente, no. Claro que no.

Su esposo caminó hacia ella, imponente, haciéndola sentirse más pequeña y más delgada, ella levantó las manos en forma de paz, él miró su cuerpo, los labios apretados y el rostro rojo de la ira.

            ―Tú te portas muy mal ―siseó el serrano lanzándole un golpe al estómago, Sara ahogó un gemido ante el dolor que comenzó a expandirse por todo su cuerpo, la joven terminó cayendo al suelo ante el dolor, se hizo un ovillo mientras el agua caía y los gemidos se encerraban en la habitación del baño―. Amor…

            Lo escuchó susurrar pero ella ni siquiera pudo abrir los ojos, apretó con fuerza su estómago para tratar de calmar el dolor, mientras la sangre caía de su nariz con exageración, tiñendo el agua de rojo. Ella se mantuvo en el suelo de forma fetal, mordió su labio con fuerza, con tanta para que él no la escuchara, para no molestarlo.

            ―Amor, perdóname, yo no quise hacerlo ―Eder con cuidado la cargó, como si ella fuera una muñeca de cristal y la llevó a la cama, ahí donde su hijo ya no estaba, seguramente su suegra al escuchar el llanto se lo había llevado. 

            Él, como si fuera un marido ejemplar, curó sus heridas y la cambió, para después abrazarla, besarla y repetirle que nunca más la golpearía, que nunca más la dañaría. Y ella le creyó, y Sara lo perdonó.

Sara ahogó un gemido abriendo los ojos de golpe, tanteó la cama pero ya no estaba con él, ya no la iba a golpear. La joven echa pedazo refregó su rostro una y otra vez, tallando mientras las lágrimas se acumulaban en sus ojos y bajaban sin su permiso, lloró y lloró, y aún seguía sintiéndose rota.

            ― ¡Sara! ―Lena corrió envolviendo sus brazos alrededor del delgado cuerpo de la joven, omitiendo los grandes moretones en sus hombros, en su cuello y las cicatrice que parecían ya tatuadas en la piel. La aludida se aferró y lloró, diciendo que quería despertar de aquella pesadilla, pero que no podía, que él la perseguía.―. Él ya no va hacerte daño, ya no está aquí.

            ―Yo a veces lo merecía ―dijo con la mirada perdida y Lena negó con un nudo en la garganta.

             ― ¡No digas eso! Tú no merecías nada de eso, no merecías que él te rompiera ―Lena sujetó sus manos con cuidado viendo las pequeñas cicatrices y se preguntó qué fue lo que le dio valor a su cuñada para dejar ese infierno―. Debemos buscar ayuda, debemos salir juntas de esto…, hay una doctora en el pueblo, de las mejores.

            ―Yo no estoy loca ―los ojos vacíos de Sara observaron a su cuñada y ella negó sin soltar sus manos.

            ―Yo no he dicho que lo estés, pero necesitas ayuda para salir del infierno donde él te dejó ―Lena con cuidado se inclinó dejando un beso en su frente―. Te haré el desayuno y te sacaré una cita.

            Pero Sara no estaba lista para pedir ayuda, porque ella tenía la culpa de todas las veces en las que Eder le había pegado, de todas las veces donde le había gritado. Tal vez no debió usar vestidos, tal vez no debió usar escotes o sonreírle a las personas, no debió ser coqueta, y si no hubiese hecho todo eso, tal vez tendría su familia feliz.

Ese día tampoco bajó a desayunar, pero si les cocinó a sus hijos, aun cuando su madre y cuñada dijeron que podían hacerse cargo, ella no pudo, tampoco pasó desapercibido el miedo que sintió cuando dejó caer un cuchillo al suelo, incluso se abrazó a sí misma y su madre tuvo que salir de ahí llorando al ver como su hija había regresado.

Tampoco almorzó, solo subió con un vaso de jugo de manzana a su habitación y no corrió las cortinas, desde ahí podía escuchar a su hermano jugar con los niños, a su cuñada hablar animadamente de su trabajo y aunque vinieron a buscarla, ella no bajó. Encendió la radio y dejó que la música tratara de relajarla, hasta que escuchó su voz.

            ―Y ese fue Ricky Martin ―dijo con la voz ronca pero melodiosa, una suave risita soltó cuando su compañero habló pero Sara no estaba prestando atención a los demás, solo a la voz de Abraham―. ¿El amor todo lo perdona?

             ― ¡Claro que no! ―dijo su compañero y Sara rió entre dientes―. El amor no es aguantar maltrato, ni infidelidad, el amor no se trata de callar y aguantar lo malo.

            ― ¿Y qué es el amor? ―inquirió Sara sosteniendo la pequeña radio, como si Abraham pudiera escucharla.

            ―Amor es cuidar, respetar y amar a esa persona. ―contestó el moreno, su voz dura y distante, el compañero de él quedó en silencio y él continuó―. Sí él te pone un dedo encima, si te engaña y miente, si al otro día viene con flores, él te está apagando y sometiendo. Huye, porque cuando amas, no haces daño.

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