Alexander regresó al hospital al caer la noche. La ciudad, siempre vibrante, ahora parecía silenciada por las luces del caos mediático. Cada rincón, desde Times Square hasta las avenidas menos transitadas, estaba impregnado de la noticia de Ricardo Brown y su brutalidad. Pero mientras las multitudes debatían y los periodistas construían teorías, Alexander enfrentaba su propia lucha silenciosa.
Atravesó el pasillo, sus pasos firmes resonando contra el suelo de mármol. Sabía que Aurora estaba despierta; la luz tenue en su habitación indicaba que no había logrado descansar.
Llevaba horas analizándose, intentando descifrar por qué ella tenía un efecto tan disruptivo en él. No era la primera vez que Alexander había trabajado para proteger a alguien en peligro.
Había enfrentado situaciones mucho más violentas, pero Aurora no era como las demás víctimas. Había algo en su fragilidad, en su fortaleza silenciosa, que comenzaba a colarse por las grietas de su profesionalismo.
Al llegar a la ha