222. DE CAMINO A CASA
NATHAN
Iban nadando corriente arriba, escalando la pared vertical.
Escuchaba el rugir del agua en mis oídos, mis ojos cerrados; la velocidad era insana.
Me consideraba un buen nadador y yo jamás podría avanzar con esta fortaleza y rapidez.
Pronto la caverna quedó atrás, no supe mucho más hasta que la vigorosidad del agua impetuosa se cambió por un peso tranquilo, que casi aplastaba mis pulmones y los huesos de mi cuerpo.
Estaba en las profundidades del mar.
Abrí los ojos un segundo y solo había oscuridad y frialdad, una inmensidad que helaba la sangre.
El mar es hermoso, pero también una de las cosas más peligrosas, enigmáticas y misteriosas que existen.
El agarre en mi brazo continuó; sentía que me llevaban a la superficie.
Fue con tanta destreza que pasé muy rápido de esa sensación de asfixia a un ambiente menos profundo.
Para cuando me soltaron, yo mismo pateé mis piernas con fuerza, mis brazos se ondearon impulsándome hacia la libertad.
—¡Aaajjj! —salí a la superficie, aspirando o