–¿Cristóbal? ¿Estás ahí? –La voz de Amara retumba con fuerza al otro lado de la puerta, cortando de raíz el momento. Su tono no es dulce ni paciente; está cargado de ansiedad, casi de furia. –Necesito hablar contigo… ahora.
–Mierda… –susurran Cristóbal y Úrsula al unísono, congelados, con sus cuerpos aún entrelazados por la pasión que hasta hace segundos los dominaba.
El hechizo se rompe como un cristal al suelo. En un segundo, todo el deseo se esfuma, reemplazado por un torbellino de miedo, culpa y desesperación. Cristóbal se levanta del escritorio apresurado, buscando sus pantalones tirados en el suelo, mientras Úrsula intenta contener el temblor en sus manos al abotonarse la blusa con torpeza.
–¿Qué hacemos? –pregunta Úrsula con la voz rota, como si apenas pudiera respirar. Es la primera vez que pierde el control así, que cruza una línea sin retorno. Si Amara los descubre, si la verdad sale a la luz… todo se vendrá abajo.
Cristóbal se gira hacia ella y le cubre la boca con una man