–¿¡Cómo demonios es posible que aún no haya una sola pista sobre el paradero de mi hija!? –brama Carlos Laveau, apretando el celular contra su oído con tanta fuerza que sus nudillos se vuelven blancos. – ¿Qué clase de incompetencia están dirigiendo allá? ¡Han pasado días!
–Señor Laveau, comprendo su preocupación. Créame, estamos trabajando sin descanso. Pero este caso es complejo. No hay huellas claras, ni testigos confiables, y las cámaras de seguridad fueron alteradas. Todo fue meticulosamente planificado– Del otro lado de la línea, la voz del jefe de policía suena seca, tensa, como si ya estuviera acostumbrado a lidiar con hombres poderosos y desesperados.
Carlos se pasa una mano temblorosa por el rostro, sintiendo que la rabia le arde bajo la piel. Su corazón late con fuerza, como si estuviera a punto de estallar. –¡Lo único que les pedí fue que la encuentren! ¡Mi hija! ¡Mi única hija está desaparecida y ustedes no tienen ni una mísera hipótesis convincente! –gruñe con los dient