El beso dura apenas unos segundos, pero es suficiente para detonar algo. Amara lo empuja levemente, sorprendida y furiosa. –¿Estás loco? –espeta en voz baja, mirándolo con los ojos abiertos por la indignación, mientras sus mejillas arden de vergüenza. Siente la mirada de Liam clavada en ellos desde la distancia.
Cristóbal sonríe, satisfecho. Con una calma que hiela y le acaricia el rostro con la punta de los dedos, como si fuera la escena final de una obra bien ensayada.–Nos vemos mañana, mi amor –dice en un tono meloso, deliberadamente fuerte, asegurándose de que Liam lo escuche.
Luego, le suelta la mano con lentitud, como si le costara desprenderse de ella. Como si aún tuviera derecho. Amara da un paso atrás, temblando de rabia. Sus labios aún arden, no por deseo, sino por la humillación.
Se gira bruscamente y camina hacia el auto, evitando mirar a Liam, sabiendo que su mirada la está quemando por dentro. Cuando llega a la puerta del auto, él apaga el cigarrillo con una furia sor