Él finalmente se gira. Sus ojos se encuentran. Y en ese segundo, se dicen más de lo que las palabras pueden nombrar. Rabia. Dolor. Amor. Orgullo. Todo se cruza en un destello de segundos.
—¿Y tú qué sabes lo que quiero, Amara? —pregunta con frialdad, aunque su mirada tiembla. –¿De verdad crees que todavía sabes quién soy?
Ella no sabe qué responder. Porque no lo sabe. Porque siente que cada vez que lo mira, lo reconoce y lo pierde al mismo tiempo.
—Avíseme si necesita algo —concluye él con un tono frío, formal, distante. Ese tono que solía usar con desconocidos… pero que ahora lanza contra ella como un cuchillo. Amara se queda paralizada en el umbral de la puerta, sintiendo que esas palabras le arrancan el alma de cuajo.
Sin mirar atrás, Liam comienza a descender las escaleras, con pasos pesados, como si cada escalón lo alejara no solo de ella, sino de todo lo que alguna vez fue suyo. A su alrededor, los cuadros elegantes, los muebles costosos y los largos pasillos parecen burlar