A la hora de salida del trabajo, salgo del edificio sintiendo que la sangre me hierve en las venas. Cada paso que doy es una lucha por contener la furia que amenaza con desbordarse. Respiro hondo, intentando calmarme, pero es inútil y lo peor es que apenas veo el auto estacionado en la entrada con lo dos dentro, esperándome, la ira vuelve con mas fuerza.
Sin esperar que el maldigo de Liam baje a querer abrir la puerta, la abro de golpe y me deslizo al asiento trasero sin disimular mi malhumor.
–¿Por qué están los dos? –espetó, con una sonrisa amarga. –¿Qué pasa? ¿El amor es tan grande que ya no pueden separarse ni un segundo?– Digo con sarcasmo, como un dardo envenenado dirigido a ella.
Kate sonríe. No es una sonrisa cualquiera. Es la sonrisa de alguien que sabe que ha ganado, que disfruta ver cómo el dolor se me dibuja en el rostro aunque yo intente disimularlo. Liam, en cambio, no dice nada. Prefiere el silencio, como siempre.
–No, señorita –responde Kate con una dulzura