LA SOLEDAD
El rostro de él no cambia. El paraguas sigue cerrado como un secreto.

–No te pago para escucharte recordar –contesta, con esa cordialidad que suena a bisturí. – Te pago para terminar esto. Lo que pactamos sigue en pie. Amara debe caer. A tiempo. Sin ruido innecesario. Sin éxtasis de última hora. ¿Fuiste soldado o actriz, Kate?

El nombre de Amara es una piedra arrojada al estanque frío. Las ondas llegan, tocan, se multiplican. Kate inclina la cabeza, gata en pasarela de cornisas.

–¿Y si quiero las dos cosas? –pregunta. – Soldado y actriz. Guerra y escena. ¿Quién te creés que escribe este guion?

Carlos sonríe con delicadeza. Le queda elegante incluso el sarcasmo.

–La impaciencia es el lujo de los pobres, querida –dice. – Y la vanidad, el vicio de los amateurs. No confundas tu tesis sentimental con estrategia. Te recuerdo lo esencial: la niña debe estar sola. Eso la rompe. Eso la entrega. Si vos convertís esto en un ajuste de cuentas personal, me obligás a prescindir de vos
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