Cristóbal da un paso. Mide cuidadosamente sus movimientos. –Lucas… no tienes que hacer esto. Podemos hablar. No es tarde.
–Cállate –gruñe Lucas, y quita el seguro del arma con un clic que retumba como un trueno en el silencio. – No quiero escucharte.
Su mirada vuelve a clavarse en Cristóbal como una flecha. –¿Sabes qué? Tu existencia no significa nada para mí. Eres un obstáculo. Un riesgo. Y en este momento… una amenaza.
Cristóbal traga saliva. Sus ojos buscan desesperados a Úrsula, que se aferra a una mesa para ponerse de pie. Sangra por la ceja, pero lo mira. Lo mira con miedo. Y con algo más: con amor.
–Pero… –continúa Lucas. – Podría darte una última oportunidad. Podrías demostrarme que estás de nuestro lado. Tal vez eso cambie las cosas
–Lucas –dice Cristóbal, midiendo cada palabra, intentando templar el pánico que le oprime el pecho. – Escúchame. No tienes que hacer esto. Tus planes… nuestro futuro… nada de eso sobrevive a una bala extraviada. Esto no es la salida, es una