DUEÑA DE NADA

–No, Amara. Esto es cierto – Úrsula deja escapar una sonrisa que no es de júbilo, sino de una victoria fría, calculada. Es la sonrisa de quien sabe que ya ha ganado, que su plan ha dado frutos, y que todo el esfuerzo de Amara ha sido, al final, inútil. Se la observa con desdén, casi con ternura, como si fuera una niña que acaba de perder un juego que nunca fue justo para ella.

Amara se queda paralizada. –Basta. Esto no tiene gracia. – Las palabras de Amara salen entrecortadas, y su voz, aunque firme en el tono, está al borde de romperse. Los ojos brillan por las lágrimas que amenaza con dejar escapar, pero se esfuerza por contenerlas. No puede dejar que Úrsula vea su debilidad, pero lo que está sucediendo ante ella es tan inimaginable, tan destructivo, que le cuesta respirar.

Carlos, sin embargo, no se mueve ni un centímetro. Su rostro es una máscara de frialdad. –¿Acaso ves que me estoy riendo? – Carlos responde con la dureza que siempre lo ha caracterizado. –Como dije, Úrsula me
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