Cristóbal apenas puede contenerse. La proximidad de Amara, su perfume sutil, la tibieza de su respiración tan cerca, son un veneno dulce que lo arrastra irremediablemente. Se inclina hacia ella, decidido a sellar la conversación con un beso que prometa eternidades, que borre sus miedos, que los ate para siempre. Sus labios están a un suspiro de rozarla cuando, de repente, un golpe seco en la puerta los separa de golpe, como una bofetada brutal de la realidad.
Cristóbal se irgue de mala gana, conteniendo un gruñido de frustración. Mientras se acerca a abrir la puerta con desgano. Al girar el picaporte, la figura imponente de Carlos aparece en el umbral. Su sola presencia parece ocupar todo el espacio, fría y autoritaria como una sombra inevitable.
Amara, lo mira fijamente, pero su rostro permanece inexpresivo, y sus brazos, se cruzan de manera automática sobre su pecho, delatando su incomodidad. –¿Qué necesitas, padre? – pregunta Amara con un tono afilado, cortante, como una daga la