–No sabes la alegría que me da ver que, por fin, se empieza a hacer justicia –dice Lucas, con una voz temblorosa, cargada de emoción contenida. Se vuelve hacia Úrsula y la abraza con fuerza, con una intensidad casi desesperada. – Años de silencio, de impotencia… y ahora, hermana, ahora el mundo va a empezar a entender lo que nos hicieron.
Ella sonríe, satisfecha, mientras acaricia la espalda de Lucas como si consolara a un niño. Pero sus ojos permanecen fríos, duros, clavados en Amara.
Lucas se separa lentamente del abrazo y camina hacia la joven atada a la silla. Sus pasos resuenan en el suelo viejo, roto, como si cada uno marcara una sentencia. Se detiene frente a ella, la observa durante unos segundos y, con voz baja pero cargada de veneno, escupe:
–Y tu… disfrutá el poco tiempo que te queda de libertad. Porque lo que viene para tu no tiene nombre. Te vamos a enseñar lo que significa vivir en el infierno.
Amara lo observa sin responder al principio. Tiene sangre seca en los lab