Sin mediar una palabra más, me tomó del brazo y me arrastró hacia el interior del auto. Luego de subir, arrancó y en unos pocos minutos, cruzamos la ciudad hasta llegar a casa. Después de todo lo que había averiguado, ya no quería estar cerca de él; no sabía quién era realmente Demián Daniels en mi vida y en la de mi hermana.
Así que apenas frenó el auto lo suficiente, abrí mi puerta y salí deprisa. Entré a la casa y subí las escaleras hasta llegar al tercer piso, me oculté en una de las muchas habitaciones y puse el pestillo.
No obstante, eso de poco me sirvió. Pues lo escuché acercarse y después la puerta se abrió de par en par; las llaves quedaron colgando en la cerradura.
La abrasiva mirada del señor Demián me recorrió de pies a cabeza.
—Recuerdo haberte ordenado que dejaras el asunto de Katerin en paz —dijo con voz peligrosamente serena, cerrando la puerta de nuevo y guardándose las llaves en el abrigo.
No respondí, era incapaz de hacerlo.
—Casualmente tuve qué volver