Todo fue incluso mejor cuando escuchó esa voz melodiosa pronunciando un “señor Salazar”, un sonido que le recorrió el cuerpo como un escalofrío eléctrico y lo estremeció en lo más profundo, en especial cierta parte entre sus piernas. Las miradas furtivas, las sonrisas tímidas y los sutiles sonrojos de la chica eran la cereza del pastel. Rubén no podía apartar los ojos de ella ni por un segundo.
Olivia lo observaba con atención. En verdad esperaba tener una larga e intensa charla con él cuando la reunión terminara. Su hijo solía rechazar sin miramientos a todas las candidatas que ella le escogía. Pero si algo tenía claro Rubén, era que no quería pasar el resto de su vida durmiendo con una muñeca fría y acartonada incapaz de complacerlo.
Rosanna parecía ser todo lo contrario. O al menos eso pensaba él, cuando la veía sonreír dulcemente y asentir a todo lo que su madre decía, sentada como una dama y con una taza de té perfectamente sostenida en sus delicados dedos, haciendo gala de sus refinados modales.
Sin embargo, él la imaginaba de otra forma: desnuda y sudada, arqueando la espalda mientras lo montaba, con los labios entreabiertos dejando escapar su nombre entre gemidos, o repitiendo ese “señor” que tanto lo había encendido.
Oh, sí. Esa chica era una sucia y dulce fantasía.
No le importaba que ella fuera tan joven. Los Botero la estaban vendiendo, eso era claro. Una muñeca preciosa envuelta en un lazo de seda, esperando a ser subastada al mejor postor: el soltero con más dinero que accediera a un matrimonio conveniente para sus padres. Y él sabía que las ofertas no tardarían en llegar.
La alta sociedad estaba repleta de viejos hambrientos y jóvenes engreídos, buscando jovencitas hermosas y bien educadas para convertirlas en esposas trofeo. Rosanna, sin duda, captaría la atención de muchos. Ella era perfecta.
Pero Rubén no era ninguna de esas cosas. Él era un depredador. Y no compartiría la suculenta presa que acababa de encontrar con nadie.
Por eso, cuando su padre lo llamó al despacho junto al señor Botero, lo siguió sin dudarlo.
Octavio se sentó en el sillón solitario de cuero negro de su despacho, descansó los brazos y cruzó las piernas como si se tratara de un rey en su trono. Recibió el vaso de whisky que le ofreció la sirvienta y esperó a que los otros dos también se acomodaran. Rubén emuló sus acciones muy a su manera, dejando que la camisa se pegara a sus fuertes brazos, intimidando un poco al hombre mayor que ahora parecía nervioso.
—Rubén, el señor Botero me ha manifestado su interés en unir a nuestras familias.
—¿Estás de acuerdo con eso, padre? —preguntó con voz monótona, como si hablaran de adquirir una nueva empresa y no de la mujer que se convertiría en su compañera de vida y la madre de sus hijos.
Octavio sonrió apenas. Conocía demasiado bien a su hijo como para no notar el brillo posesivo en sus ojos. Sabía que el nuevo jefe ya había escogido a su reina. Pero no pensaba permitir que ese anciano fracasado creyera que estaba en posición de negociar.
—Seamos honestos. La familia Salazar no gana nada con esta unión, salvo la certeza de que Rosanna me dará nietos hermosos. Si tú aceptas, yo también lo haré.
Rubén esbozó una media sonrisa. Su padre lo estaba poniendo a prueba. Quería ver si el interés que tenía por la jovencita era solo pasajero o si realmente estaba dispuesto a hacerla suya.
El señor Botero carraspeó antes de hablar, barriendo sus manos sudorosas por su pantalón:
—Mi hija ha sido bien educada para ser una buena esposa. Goza de perfecta salud y, sin duda, es la más hermosa de esta ciudad. Es joven, pero está lista; su madre la instruyó para administrar una casa como esta. La hemos cuidado como a una princesa. Su virtud está garantizada. Estoy seguro de que el joven Salazar podrá ser muy feliz a su lado.
Rubén inclinó apenas la cabeza y apretó el vaso inconscientemente. Ese hombre hablaba de su propia hija como si fuera una yegua de cría. La ofrecía tan descaradamente que una chispa posesiva se encendió en su pecho. No iba a permitir que la exhibieran frente a otros hombres como un pedazo de carne listo para ser devorado.
—¿Y qué es lo que quiere a cambio?
La pregunta directa de Rubén tensó el ambiente por un instante. El viejo Botero no ocultó su incomodidad y miró de reojo a Octavio, quien se limitó a sonreír de lado y beber un sorbo, prolongando la molestia del anciano.
—Mi hijo se encarga de todos los negocios de la familia. Tan pronto como se graduó de la universidad, entró en posesión de su herencia —intervino el patriarca Salazar con tono solemne—. Es él quien va a casarse. Es su decisión.
El hombre mayor suspiró y bebió un trago antes de ir al grano.
—En ese caso… quiero una sociedad. No tengo más hijos, lo que pueda dejar lo heredarán Rosanna y mis nietos, así que, de todas maneras, los Salazar terminarán adueñándose de todo. Mi esposa y yo ya estamos viejos, solo quiero asegurarme de que ella pueda gozar de una vida digna y tranquila por el tiempo que nos queda. Y claro, que Rosanna tenga la vida que se merece.
Rubén asintió despacio, comprendiendo al instante lo que el hombre no decía en voz alta: Botero estaba quebrado. Aun así, la oferta no le molestaba. Tener a Rosanna en su cama y, además, añadir otra empresa a su control, no era un mal trato.
—¿Hablamos de la constructora o hay algo más?
—Los negocios han ido mal últimamente. Me avergüenza reconocer que se tomaron malas decisiones y los proyectos más recientes no rindieron los frutos que esperábamos. Tuve que vender varias de mis propiedades; en este momento, solo tengo la empresa y la casa familiar. Hay una deuda muy grande con el banco y, si las cosas no mejoran, tendré que declarar la bancarrota en menos de seis meses. Tenemos muchos empleados que no me gustaría dejar en la calle, y la constructora tiene prestigio en el gremio. Solo necesita una inyección de capital y un nuevo gerente.
El señor Botero habló mirando a Rubén a los ojos. No tenía sentido irse por las ramas, ellos eran hombres de negocios y sabían perfectamente cómo se movía ese mundo. Rubén tampoco apartó la mirada, vio con detalle las expresiones del hombre y encontró sinceridad y remordimiento en sus palabras. Era fácil entender que estuviera cansado, él era bastante mayor, ya no tenía ganas de esforzarse por conservar su fortuna.
—Acepto.
Su padre arqueó una ceja y se enderezó en la silla.
—¿Estás seguro, Rubén? Apenas has visto a la chica una vez. Quizá podrías tener algunas citas con ella antes de tomar una decisión.
Rubén se levantó y acomodó su saco, lo abotonó y tiró de los puños con una calma que contrastaba con la expresión angustiada del anciano. Luego caminó un par de pasos hacía él y extendió su mano con una sonrisa indulgente.
—No necesito pensarlo más. Rosanna cumple con todos mis requisitos. Confío en que será una buena esposa.
Hizo una pausa, disfrutando del peso de sus propias palabras en la expresión de alivio de su futuro suegro, quien parecía estar tan sobrecogido que no pudo ni siquiera levantarse de la silla y le estrechó la mano desde su posición. La escena dibujaba un cuadro muy alegórico de dominación y poder.
—Me gustaría que la boda fuera lo más pronto posible. Asumo que mi madre y la señora Botero se encargarán de convertirla en el evento del año. —Miró de soslayo a su padre y ambos compartieron una sonrisa cómplice; por supuesto que Olivia haría de esa ceremonia la más fastuosa de todas—. No se preocupe por los gastos. Yo cubriré todo. Quiero que mi futura esposa tenga cada cosa que desee. No hay límite.
El anciano sonrió, complacido y aliviado. De todos los solteros que había considerado, Rubén Salazar era el más codiciado. Honestamente, no tenía muchas esperanzas de convertirlo en su yerno. En el círculo de amigas de su esposa había rumores de un compromiso con Esmeralda Carrillo, la única jovencita que podía rivalizar en belleza con su hija, pero ella sí era la heredera de una inmensa fortuna. Casi le dieron ganas de llorar de felicidad al saber que su futuro estaría asegurado de ahora en adelante.Cuando regresaron al salón, Rubén notó que la mirada de Rosanna se posaba en él con expectativa y un atisbo de miedo. La chica sabía exactamente el tema que se debatía en el despacho. En cuanto vio a su padre asentir, la hermosa rubia lo miró de regreso, y la sonrisa más preciosa del mundo se dibujó en su rostro. Sus ojos brillaban como dos estrellas y sus mejillas se tiñeron de color: dos dulces melocotones que se le antojaba probar.Era evidente que ella también deseaba esa unión. La a
Álamo, 29 de junio de 2018.Flores de colores ligeramente marchitas, acomodadas en arreglos circulares, y las formas ondulantes del humo que bailaban al subir al techo de la catedral, dejando a su paso el penetrante olor a incienso que le picaba en la nariz. Eso era lo que rodeaba a Rosalin y la mantenía en esa especie de trance que ya llevaba algunas horas.Sentada en una banca de la primera fila, pasaba las cuentas del rosario entre los dedos por pura inercia. Desde que la gente se marchó, dejó de rezar. Solo estaba ahí, inmóvil, soportando los escalofríos que la sacudían cada vez que una ráfaga de aire se colaba por las enormes puertas, todavía abiertas a pesar de la noche.Su mirada se desvió al ataúd de pino lacado. No se veía tan mal, incluso si fue el más barato que pudo conseguir en la funeraria. Allí dentro estaba su madre. Había fallecido la noche anterior en el hospital del pueblo, después de una agonía larga y dolorosa que Rosalin presenció sin moverse de su lado. Le falta
Entrar a la casa fue una experiencia novedosa. Quizás era la primera vez que la encontraba ordenada, exactamente como la había dejado esa mañana. Antes de enfrentarse a las condolencias hipócritas de sus vecinos, había desahogado toda su rabia contenida contra las paredes y los pisos. Gritó, restregó y talló hasta que los brazos le dolieron y se sintió agotada. Tan cansada que no le quedaban fuerzas para odiar.La casa estaba deteriorada por el paso del tiempo; su mejor época había quedado en el olvido muchos años atrás. Los muebles también eran viejos: la misma madera, el mismo tapiz, los mismos colores desde que tenía memoria. Nada había cambiado y, sin embargo, se sentía como un mundo diferente. Estaba limpia. No había botellas ni platos sucios, ni ropa o vómito en el suelo. No olía a miseria y desesperación. Apenas un rastro del olor a lavanda del limpiador permanecía en el aire.Y entonces, una carcajada estalló en su pecho. Pura dicha.
Muchos años atrás, cuando apenas era una niña y su madre trabajaba para la señora Mariño, Tadeo parecía ser la única persona que notaba las marcas en su cuerpo o su figura demasiado delgada. Tal vez fue el único que se atrevió a ver más allá de lo evidente, el único que no la ignoró. El primer peluche nuevo que tuvo se lo dio él en su décimo cumpleaños, y luego llegaron otros cada año, sin falta. Incluso después de que Rosaura fuera despedida.A los quince, Rosalin llegó a creer que lo amaba y que él sería su futuro, porque era la única persona con quien podía sentirse segura y cuidada. El único a quien le importaba que se educara, que vistiera bien, que no pasara frío ni hambre. Sin embargo, la madre del apuesto joven no estaba de acuerdo en que la hija de una mujerzuela se fijara en su hijo.La señora Mariño la veía como un caso de caridad. Era amable y le obsequiaba ropa porque era una mujer piadosa; pero estaba muy lejos de permitirle a
Leiva, 11 de septiembre de 2018.Las ruedas de las camionetas chirriaron contra el pavimento al frenar, rompiendo el silencio de la noche.Sin demora, docenas de hombres bajaron de los vehículos de un salto y corrieron alrededor, tomando posiciones. Era un pequeño ejército de soldados armados y listos para actuar. Las órdenes fueron silenciosas: gestos con las manos y susurros por los intercomunicadores que les indicaban exactamente qué hacer.No se percibía ningún sonido en el interior de la bodega y el comandante de ese operativo podía sentir el terror helado invadiendo sus venas. Aunque su semblante duro y el ceño fruncido no dejaban traslucir su pánico, en su interior, Rubén se derrumbaba a cada segundo con el terrible presentimiento de que ya era demasiado tarde para salvar a su esposa.Una enorme puerta oxidada y corroída era lo único que lo separaba de un reencuentro o del peor hallazgo de su vida. Incluso cuando quería sentarse y respirar un poco para calmar la ansiedad que lo
Tal como le había dicho Sergio, en el estacionamiento los esperaban médicos y enfermeras listos para atender a Rosanna. Rubén saludó con un asentimiento a la doctora Méndez, quien le respondió de la misma manera. Ella estaba acostumbrada a recibir a algunos de sus hombres heridos y tenían un trato al respecto; sin embargo, en esta oportunidad la paciente era demasiado importante.La doctora no alcanzó a disimular su expresión horrorizada al observar las lesiones evidentes y asumir, debido a su experiencia, aquellas internas que requerirían más atención.—Es mi esposa, Liliana.Rubén lo dijo entre dientes, su voz era apenas un susurro, más letal y peligroso que si estuviera gritando a todo pulmón. Esa corta oración contenía un peso tan grande que la pobre mujer cerró los ojos y suspiró. Eso era prácticamente una sentencia de muerte; si la paciente moría, probablemente todos en ese hospital lo harían también.—La atenderemos bien, señor Salazar. Le avisaré sobre su estado en cuanto pued
Luego de dar órdenes para que el grupo de élite se quedara al cuidado de su esposa, y tras amenazarlos con asesinar hasta al primo más lejano si permitían que algo le sucediera, Rubén se subió a una camioneta y manejó por su cuenta de regreso a la bodega, donde Sergio le había informado que el equipo de investigación ya había terminado y ahora todo ardía en llamas para eliminar cualquier rastro de su presencia.Mientras conducía aferrado al volante con tanta fuerza que se le blanquearon los nudillos, recordó inevitablemente la primera vez que vio a Rosanna, siete años atrás, cuando ella era apenas una jovencita de diecinueve años.Él iba con demasiada prisa porque acababa de recibir una llamada con información crucial para un operativo que tenían entre manos y debían actuar contra reloj. El semáforo cambió a amarillo y apuró al conductor para que avanzara; sin embargo, un par de jovencitas se les atravesaron en el camino y el pobre Tomás apenas alcanzó a frenar antes de atropellarlas.