—¡Claro que no! ¡Ya tengo novio!Salvador parpadeó, sorprendido. Eso le dio a Martina la oportunidad de arrebatarle por fin la bolsa con la bebida, sonreír con cierto triunfo y darse la vuelta para entrar.—¡Oye, espera! —Salvador la detuvo, curioso—. ¿Quién es?—¿Quién es qué? —Ella se quedó perpleja antes de comprender—. Ah, ¿preguntas por mi novio? Pues sí lo conoces: Vicente.—Oh, él… —Salvador chasqueó la lengua con desagrado—. Tu gusto no es muy bueno, que digamos.—¡Oye! —resopló Martina—. ¿Qué tiene de malo Vicente? ¡Y suéltame! ¿A dónde crees que vas?Salvador, sin inmutarse, avanzó hacia el interior del departamento. Con una exclamación de protesta, Martina le tomó del brazo:—¡Te digo que salgas! ¿No me oíste?Salvador desvió la mirada hacia su mano. «Vaya, su cara es redondita, pero sus dedos resultan finos». Sintió un cosquilleo que le secó la garganta y tragó saliva:—Marti… me estás tocando, ¿eh? Tienes que hacerte responsable por mí.—¿¡Ah…!? —Martina soltó su brazo con
Salvador dio un par de golpes simbólicos en la puerta de la habitación antes de entrar.—Alex, entro —avisó, y sin esperar respuesta, arrastró a Luciana hasta donde se hallaba Alejandro.—Te traje tu “invitada” —anunció, sin ceremonias, mientras liberaba a Luciana con un empujón leve pero firme.—¡Ah! —exclamó ella, al perder el equilibrio. Tropezó y cayó sobre la cama, aferrándose por reflejo al único punto de apoyo: Alejandro. Él la recibió con el brazo sano, rodeándola con rapidez.—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa de satisfacción, sin disimular lo mucho que le agradaba tenerla de ese modo. Luego clavó una mirada furiosa en Salvador—. ¡Oye! ¡Ten cuidado! Luciana está embarazada.Salvador arqueó las cejas con un gesto desinteresado.—Bien, cumplí con mi parte. Ya me voy.Empezó a dar media vuelta, pero se detuvo. Con un dedo señaló a Luciana:—Casi lo olvido: estaba comiendo cuando me la traje, así que dudo que haya terminado. Puede que tenga hambre.Sin añadir más, salió del c
—Ja… —ella soltó una risita seca y lo miró con seriedad—. ¿“Lo mío”? ¿Acaso no estás en el hospital por tu lesión? A estas alturas, tus gustos son los importantes. ¿Por qué no te dedicas a pensar en ti mismo, en vez de jalarme a la fuerza?Él notó la frialdad de su respuesta, pero guardó silencio. Al final, se sentaron a la pequeña mesa. Luciana, sin mucha expresión, se dedicó a comer. Alejandro, por su parte, comenzó a pelar camarones y cortar la carne en trozos para ella, tal como solía hacerlo. Ella, sin embargo, comió con la vista fija en su plato, sin dirigirle palabra.En pocos minutos terminó su porción, mientras Alejandro apenas había probado bocado, más concentrado en atenderla que en comer él mismo. Al acabar, Luciana limpió su boca con la servilleta y se puso de pie:—Bien, ¿puedo irme ahora?La pregunta sonó helada. Alejandro respiró hondo, y rodeó su cintura con el brazo sano, con cautela por no lastimarse ni herirla:—¿Es que no puedes quedarte a mi lado un rato? —soltó c
Sin más, inclinó la cabeza para besarla con ímpetu, casi con rabia, presionando sus labios con una mezcla de frustración y deseo contenido. La mordisqueó, no con violencia desmedida, pero sí con un ligero rastro de enojo.Luciana, que de por sí no estaba de humor, se encolerizó aún más. Él la estaba atacando—aunque fuera un beso ardiente—y su reacción fue inmediata: le devolvió la mordida, pero mucho más en serio, con un mordisco real que rasgó la piel.—¡Hmm! —gimió Alejandro, sintiendo el escozor y el sabor metálico que se esparcía en sus labios. Aun así, lejos de soltarla, intensificó la presión, como si quisiera hundirse más en ese gesto desesperado.«¿Se había vuelto loco?» Luciana pensó, aturdida. Lo cierto era que, cuanto más vehemente se ponía él, con más saña lo castigaba ella. La lucha duró hasta que el sabor cobrizo de la sangre se intensificó, y Alejandro, a punto de su límite, finalmente se rindió, aflojando el agarre.Al separarse, Luciana vio que tenía la comisura de la
Al oírla, Alejandro tuvo la sensación de que algo arañaba su pecho con furia. «¿Qué era esa punzada de dolor?»Con el rostro serio, trató de forzar una sonrisa:—¿Tú crees que “perder el tiempo” es querer a mi propia esposa? Mientras sigas siendo mi mujer, no vas a poder escapar de mí.—¿En serio? —repuso ella, encogiéndose de hombros—. Pues adelante. No me perjudicas a mí.Cambiando el tema de improviso, Luciana tocó su cabello húmedo:—Ya secaste mi pelo. Listo, me iré a dormir.—Sí, ya quedó. —Alejandro dejó la toalla a un costado y, sin aviso, la cargó entre sus brazos.—¡Oye, oye! —exclamó Luciana, algo asustada—. ¿Quieres inutilizar tu brazo o qué?—No pasa nada. —Él esbozó una leve sonrisa—. Apenas es una herida superficial, y no me lastima tanto. Además, sin esto, ¿crees que te acostarías por tu propia voluntad?Con pasos firmes, la depositó sobre la cama grande.—¡Alejandro! —soltó ella, atónita—. ¡Me prometiste que no dormirías conmigo!—Tranquila. —Él deslizó la mano sobre s
Con la cara colorada, Juan bajó la vista, confirmando sin palabras que Luciana acertaba.—Vaya, pues ya sabes. —Luciana se puso el bolso al hombro—. Ve con ella. Yo tengo que ir a trabajar.—¡Luciana! —exclamó él, sosteniéndola todavía—. ¿Estás enojada?—¿De qué serviría reconocerlo? —replicó ella, soltándose—. Si te dijera que sí, ¿acaso dejarías de ir a verla?—Luciana… —Alejandro suspiró—. Mónica está… realmente mal.—Sí. Lo sé. Y no te lo impido; ve a cuidarla —contestó con frialdad—. Pero mi trabajo me importa mucho, y si me lo estorbas, te lo juro, te voy a aborrecer.La palabra “aborrecer” lo hirió como un dardo. Con el semblante descompuesto, aflojó la mano y ella se marchó sin mirar atrás.Más tarde, al llegar a su área en el hospital, Luciana apenas terminó de rendir su pase de turno, se dejó caer en la silla de la oficina. Entonces su teléfono sonó.—Luciana —se oyó la voz inconfundible de Alejandro.—¿Necesitabas algo? —respondió ella con frialdad.—Me voy a la oficina de l
—No es eso… —trató de aclarar Luciana. Pero Leticia la cortó con un ademán brusco.—¡Entonces, basta de pretextos! Hazlo de una buena vez. —Le aventó el folder a las manos—. El archivo lo quiere en menos de una hora y tengo planes, no puedo quedarme. Me voy.—Espere, doctora… —Luciana llamó, pero Leticia se marchó sin volver la vista atrás.«Sosteniendo aquel expediente ajeno, Luciana suspiró con resignación. ¿Qué alternativa tenía? Tendría que hacerlo ella misma.»Justo entonces sonó su celular. Alejandro.—¿Sí? —contestó.—Estoy abajo, en la entrada del hospital. ¿Bajas ya?Luciana miró el fajo de documentos que le habían endilgado:—Aún no termino. Tardaré un rato más. No me esperes. —Sin aguardar respuesta, cortó la llamada.Alejandro, al otro lado, se quedó mirando su teléfono con el ceño fruncido, reprimiendo las ganas de estrellarlo contra la pared. «¿Pretende que me resigne?» No, si Luciana no puede subir, él baja. No pasa nada.Con pasos decididos, ingresó por la puerta de Eme
Él forzó una sonrisa:—Lo que entiendo es que, suceda lo que suceda, eso no cambia lo nuestro.«¿Cómo que no cambia?»—Tal vez para ti no cambie nada, pero en mí sí cambió —replicó Luciana con firmeza—. Admito que antes me gustabas mucho y me ilusioné con la idea de seguir a tu lado para siempre.—Sigue con esa idea —retrucó él, mirándola con intensidad—. Es la correcta.Ella negó con la cabeza, esbozando una mueca amarga:—He renunciado a esa idea… ahora simplemente… me rindo.—No te rindas… —él tragó saliva y, con un gesto casi suplicante, envolvió la mano de Luciana entre las suyas—. Luciana, solo estoy cuidando de Mónica. En serio, no pienso “volver” con ella ni nada por el estilo.“¿Todavía” no has vuelto?, estuvo a punto de soltar Luciana, pero no quiso pelear con ese matiz. En cambio, alzó la mirada:—¿Hasta cuándo la cuidarás? ¿Un día, dos días?Alejandro se quedó callado. Él era consciente de que la recuperación de Mónica llevaría tiempo, tal vez meses, y que, mientras tanto,