Ella se apoyó temblorosa en la pared, sintiéndose extremadamente mal. Su rostro estaba muy pálido y no dejaba de tener fuertes mareos, aunque no lograba vomitar nada.
Al ver esto, Mateo se acercó muy nervioso para sostenerla:
—¿Qué te pasa? ¿Qué te duele?
Lucía apartó su mano, con los ojos humedecidos por las lágrimas:
—¿No acabas de decir que querías divorciarte? Entonces ¿Por qué te preocupas ahora por mí?
Mateo, viendo su rostro tan pálido y suponiendo que se sentía muy mal, suavizó su tono:
—Volvamos a casa primero, ya no hablemos de esto.
La tomó con delicadeza por la cintura y la dirigió hacia afuera. Lucía no se resistió; no quería discutir con Mateo en la entrada, donde sus padres podrían verlos y preocuparse. Su matrimonio en verdad no era feliz, pero no quería que sus padres se angustiaran demasiado.
Al llegar al auto, Mateo miró fijamente el mal semblante de Lucía, suspiró nervioso y la abrazó:
—Lucía, ¿qué voy a hacer contigo?
Lucía se apoyó temblorosa en su hombro, con