—¿Cómo así que no voy a preocuparme? Ya estás hospitalizado. ¡No puedes asustarme de veras de semejante manera, la última vez casi me muero de miedo! —Camila derramaba lágrimas—. No quiero volver a verte postrado en una cama. No podré dormir tranquila. Prefiero abandonar la filmación antes que dejarte solo. Estaré a tu lado pase lo que pase.
Sus palabras hicieron que Mateo recordara aquella vez que sufrió una herida de gravedad que casi le costó la vida. Fue Camila quien lo salvó.
—Eso de veras no volverá a pasar —respondió él.
Camila seguía intranquila, con los ojos llenos de lágrimas: —Me prometiste que no me harías sufrir, que no te lastimarías. ¡No uses tu propio cuerpo para castigarme!
Mateo había estado al borde de la muerte. Aquella vez, Camila lo había velado durante siete días y siete noches, sin casi pegar ojo. Desde ese entonces, cada vez que él resultaba herido, ella pasaba la noche en vela. Incluso una herida pequeña le provocaba un pánico impresionante. Tenía mucho en per