Un ángel en el camino

En Italia Alex vivió las peores horas de su vida.

Nunca se imaginó que un hombre pacífico al que le gustaba resolver todo hablando, estuviera metido en un lío tan grande.

O más bien que su suerte fuera tan mala que preciso lo confundieran con otro hombre, él no podía creer que su desgracia fuera así de grande.

El corazón de Alex latía a mil por minuto, llevaba horas encerrado en un sótano.

El olor a excremento inundaba todo el lugar, además que la humedad del lugar y una que otra rata.

No dejaba tranquila su mente, solo quería una cosa. 

Volver a Inglaterra al lado de su gran amor, una Golden que lo esperaba con amor todas las tardes.

Además también anhelaba ver a su querido amigo, William, que más que un amigo era como su padre.

—Jefe, ya casi todos sus hombres fueron reducidos, pero el padre del maldito sigue vivo y ha sido imposible penetrar esa fortaleza, por lo visto se armaron más. 

Escuchaba con atención Alex al otro lado de la puerta, pues de seguro que se trataba del familiar con el que lo estaban confundiendo.

Pero ¿cómo diablos hacía para explicarle a aquel hombre? que lo único que quería era liquidarlo, que él no era el hombre al cual buscaban.

Alex escuchó un sonido detrás de la puerta, así que cerró sus ojos y dejó sus manos quietas.

No quería que se dieran cuenta que acababa de soltarse, quería escapar de ahí y cuanto antes mejor.

—Despierta sabandija, que este no es un hotel cinco estrellas. 

Todos rieron, mientras Alex abrió sus ojos después de sentir su cuerpo totalmente empapado.

Uno de los hombres le acaba de tirar una cubeta de agua helada encima.

—¿Qué quieren de mí? —Era obvio que querían destruirlo, pero cómo demonios Alex Connor lo iba a saber.

—Así que el muy imbécil sufre de amnesia —dijo Caruso entrando al sótano que inundaba a estiércol por donde quiera que inhalara.

—Señor, ya le dije que no soy el hombre que usted piensa, está equivocado. 

El cuerpo de Alex estaba por darle un colapso nervioso, sus manos temblaban al compás de sus labios, era lógico. 

Él sabía que ese hombre al que apodaban Caruso podía acabar con él. 

Caruso estaba dispuesto a liquidarlo, no sin antes cortar parte por parte de su cuerpo hasta hacerlo sufrir.

—¡Padre! 

Todos en la sala se giraron al escuchar la voz delicada de una mujer.

—Charlotte, te dije que me esperarás afuera —Vociferó Caruso, a él no le gustaba que incumplieran sus órdenes.

—Solo viene porque afuera está el comandante de la policía, y quiere verte —dijo aquella joven rubia de ojos color esmeralda, sin quitarle la mirada de encima al hombre que tenían atado de pies y manos.

—¡Mierda! Vigilen al maldito, mientras yo voy a ver qué quiere la policía, ya me tienen harto —expresó Caruso.

Caruso decidió ir a ver qué era lo que quería el jefe de la policía, pues aparentemente la fuerte cantidad de dinero que le da cada mes no le fue suficiente.

Charlotte, esperó que su padre se fuera y ordenó a los hombres que custodiaban a Alex que fueran tras su padre, pues él debía tener a todos sus guardaespaldas juntos.

—¿Qué haces? —dijo Alex, abriendo sus ojos como platos, al ver aquella joven desatar las cuerdas que lo sujetaban.

—Acaso no ves, te libero —respondió ella totalmente serena, pero para Alex era extraño, él sabía que el hombre que había salido hace unos segundos lo iba a acabar y de eso estaba seguro, pero ahora no sabía que estaban planeando y eso lo preocupaba más.

—Y a dónde crees que me voy a ir, no ves que esto está minado por delincuentes. 

Él sabía que no era la palabra correcta, pero como referirse a todos esos hombres armados, que lo habían golpeado hasta más no poder.

—Tranquilo, yo te voy ayudar, sé quién eres, o más bien me tomé el trabajo de averiguar los documentos que traías y me di cuenta, que no eres el hombre al que mi padre busca.

La mirada de Charlotte era sincera y de seguro que Alex podía confiar en ella.

Charlotte no estaba muy de acuerdo con los negocios de su padre, pero tampoco se haría a un lado por nada.

Ahora es una de las mujeres más temidas de la mafia italiana, bueno por así decirlo, porque el que se lleva todo el crédito es Adriano Di Santis, él si era el mismísimo diablo en persona.

—¿Y cómo sé que no me estás diciendo mentiras, y que todo esto es para acabar conmigo? —dijo con su mirada puesta en aquella joven que le hacía señas para que lo siguiera.

—A ver, primero no me gustan las injusticias y créeme no sabes la que se me va armar cuando mi padre sepa que te ayude a escapar, pero sé que no eres Adriano Di Santis. 

Alex guardó ese nombre en su cabeza como si se tratara de un tesoro, pues si salía con vida de allí, se encargaría de buscar aquel hombre y ponerlo sobreaviso.

—Está bien, te creo, pero ¿y mis documentos? 

Si quería salir de allí, también debía salir del país.

—Por ahora no te los puedo pasar, están en la oficina de mi padre y él está allí en este momento, lo que sí puedo hacer es llevarte cerca de la mansión Di Santis, y allí tú hablarás con el señor Jack, de seguro él te ayudará.

Alex asintió, era eso o morir por equivocación, después de todo su Golden lo esperaba.

Charlotte, ya tenía todo listo, entretuvo a los hombres de su padre y subió a Alex a su auto.

Tan pronto subió condujo lo más rápido, pues tenía que salir de allí antes de que su padre se diera cuenta.

De lo contrario ella y Alex estarían muertos, pero ya habría el momento para aclararle todo a su padre.

Por ahora ella no sería cómplice de un asesinato de un inocente.

Llegaron a unos cuantos kilómetros de la mansión Di Santis, en donde Charlotte le hizo señas a Alex para que bajara del auto. 

Ella no podía cruzar más de ahí, de lo contrario la muerta sería ella.

—Gracias, te debo mi vida —dijo Alex, mirándola fijamente.

Él sabía que si no hubiera sido por ella, él estaría en este momento en una alcantarilla, tirado como un perro.

—Después me dará las gracias, Alex Connor —dijo ella mientras pegaba sus labios a los de Alex, el cual no desaprovechó el bello ofrecimiento de la joven y la tomó del cuello y devoró sus labios por completo.

Tres hombres al ver que un carro estaba cerca de la fortaleza Di Santis quisieron ir a verificar.

El cuerpo de Charlotte se tensó por completo, puso el pie en el acelerador.

Al mismo tiempo que los hombres empezaban a disparar al darse cuenta que se trataba de la hija de Caruso.

—Señor Di Santis, ¿se encuentra bien? —preguntó el jefe de escoltas.

—Sí, si —respondió confundido, y más sin saber más que decir, por ahora lo único que le quedaba era ir con ellos antes que los hombres de Caruso volvieran por él.

Alex caminó con ellos a la gran fortaleza, el cual al entrar abrió sus ojos como platos al ver la cantidad de hombres armados que había a su alrededor.

Nunca en su vida había tantas armas juntas, lo máximo que había llegado a ver era la pistola que llevaba William de vez en cuando, pero esto sí que eran las ligas mayores.

—¡Hijo!, Que bien que te encuentres bien. —Alex se giró al escuchar una voz vieja y cansada.

El cual quedó sorprendido al darse cuenta que era un hombre en silla de ruedas y de apariencia sería.

—Lo siento señor yo no soy su hijo, se que no me va a creer, pero yo no lo soy, si acepté venir aquí es porque necesito su ayuda para salir de este país. 

—Pero qué demonios estás diciendo, ¿Acaso te golpeaste la cabeza?

—No señor, unos hombres me retuvieron en el aeropuerto, mi nombre es Alex Connor y soy de Inglaterra, en estos momentos no tengo cómo demostrar, ya que mis documentos quedaron en casa de aquel hombre —dijo Alex firmemente.

La mandíbula de Jack se tensó por completo, ¿Acaso podía ser cierto que estaba frente a su otro hijo? 

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