Una, fuerte.
—¡Leonard!
Sí, suave, maleable, firme, rebotaba contra mi mano mientras su piel se erizaba.
Dos y una caricia, disfrute total, su carne comenzaba a enrojecer.
Tres, más fuerte, y jadeos.
—Hum…
Cuatro, resiste…su piel enrojecida y caliente, jadeos más fuertes.
Separé ligeramente sus piernas para acariciarla ahí donde me aclamaba, mojada, oh si muy mojada.
Cinco, gemido y caricia.
—Oh, vamos, tesoro, quiero que lo digas—mi voz sonaba ya bastante ronca, agitada.
—No…—gimoteó, mordiendo la sabana.
Loco, ella me volvía loco.
Seis y un grito ahogado que se perdió en el eco de las olas, caricia, no podía dejar de acariciarle, loco, despiadado y vengativo, así me sentía en estos momentos, completamente excitado, pero sobre todo libre de ca