CALIPSO
Volvimos al club, justo después de eso. Yo me sentía terriblemente hundida, pues había destrozado la imagen pura que Mateo tenía de mí. En aquel momento, él tan sólo pensaba que yo era una chica más, una de esas miles con las que se acostaba, que no tenía nada especial. Y eso me destrozada terriblemente, porque yo no era así en lo absoluto, yo no tenía nada de corriente, yo sólo… sólo hacía todo aquello para cuidar de él, desde el principio, por eso hice aquella estúpida promesa que me costó aquella situación.
Entramos en el club, juntos, pero cada uno a su bola, el lucía algo defraudado, y yo bastante triste. Sandra se quedó sorprendida al vernos aparecer, pero pareció pasársele pronto, porque se abalanzó sobre él y le besó con desesperación, como si intentase hacerme comprender que él era su hombre.
No debía extrañarme, pues yo misma había admitido tener a otro tío, quizás por eso él no iba a cumplir su promesa de dejar de acostarse con ella, y todo era por mi culpa.
Caminé hacia la barra, sin que él pudiese hacer nada por detenerme, y me pedí un vodka sólo. Necesitaba tragar ese nudo que se había formado en mi garganta al verle con ella.
“Todo va a ir bien” – intenté prometerme a mí misma – “sólo necesitas calmarte” – insistí, pero mis lágrimas salieron antes de que pudiese hacerlo, calmarme.
Todo aquello se había convertido en una enorme bola de mentiras de la que quería huir: Diego, Marina, Sandra, Mateo y yo.
Saqué el teléfono del bolso y lo puse sobre la mesa, tenía como cinco llamadas perdidas de Diego.
“Estoy en el bar de Paul, he venido a celebrar mis notas con Boris” – escribí, para luego mandárselo, sabía cuál sería su respuesta incluso antes de recibirla.
“Voy por ti” – escribió – “Dejo a Marina en casa y te recojo”
Dejé el teléfono sobre la mesa, sin tan siquiera responder, para luego coger mi vaso y dar un sorbo a mi copa, al mismo tiempo que miraba hacia la pista de baile, donde él bailaba animadamente junto a Sandra. Me quedó claro en ese instante, la exclusividad de la que él hablaba, se había quedado en el aire, él no iba a dejar de acostarse con ella, hasta que yo no dejase de acostarme con Diego.
Me puse en pie, con dificultad, dejé el dinero sobre la barra y caminé hacia la salida, necesitaba un poco de aire.
Dejé que mi cuerpo descansase sobre la pared, en el callejón izquierdo de aquel antro, y di un par de bocanadas de aquel aire frío, intentando calmar el nudo que se había formado en mi estómago, pero era en vano, no había nada que hacer.
“Hubiese preferido que él nunca me contase la verdad” – pensé – “Seguir pensando que me había sido infiel era lo mejor” – insistí – “él aún seguiría teniéndome en un pedestal y yo no me sentiría como una furcia” – reconocía – “¿A quién quiero engañar? Ya me sentía como una furcia al acostarme con Diego”
Tenía frío, había vuelto a olvidar mi chaqueta dentro, pero me sentía incapaz de volver a entrar y verle con ella.
“Quizás hubiese sido mejor mentir” – pensé – “debí haberle dicho que estaba enamorada de otro, así todo habría terminado” Pero de aquella manera, él sólo estaba esperando con Sandra, hasta que yo dejase a Diego.
¡Por el amor de Dios! ¿Cómo demonios iba a dejarle? Sabía que él no me dejaría ir, así como así.
Estuve largo rato pensando en todo aquello, pues cuando quise darme cuenta Diego estaba allí, frente a mí, mirándome sin comprender.
Agarró mi mano, y tiró de mí hacia aquel antro, pasando por el guardarropa, donde había dejado mi chaqueta. Saqué el tiquet de mi bolso y se lo entregué a la chica, mientras mi hermano daba una pequeña ojeada a todo el local, deteniéndose en la pista, donde él bailaba con Sandra y otra chica, con una enorme sonrisa en el rostro.
Él estaba siendo un capullo, eso era totalmente cierto.
Agarré mi chaqueta y me la coloqué, observando como él apretaba los dientes, molesto, al notar la mirada de su mejor amigo sobre mí.
Salí de la discoteca justo después de escuchar eso, no quería seguir hablando de aquello, no con Mateo tan cerca, no cuando ya me sentía tan destrozada. ¿cómo había podido estropearse todo tanto? Si lo único que yo había pretendido siempre es cuidar de él, ¿en qué momento todo se había ido a la m****a?
Me agarró de la mano tan pronto como llegamos a su auto y me abrazó con fuerza, dejándome sorprendida con ello.
El Mateo con el que hablé la última vez no era el chico gentil y bueno que conocía. Ya ni siquiera quería seguir cuidando de él, ni siquiera quería mantener la promesa que le hice a su madre hasta el final, quizás… quizás debería ir a hablar con ella, y decirle que quería dejar de hacerlo.
Diego me llevó a casa, como un buen hermano, por un momento pensé que había vuelto, mi hermano, que iba a cuidar de mí y que aquel tipo horrible al que me veía obligada a entregar mi cuerpo se marcharía y no volvería. Realmente lo pensé, cuan ilusa fui.
Un mensaje llegó a mi teléfono tan pronto como llegamos a casa, ni siquiera lo leí, tan sólo me bajé del auto y caminé hacia la casa, escuchando a mi hermano cerrando este, para luego seguir mis pasos.
Abrí la puerta de la calle y subí las escaleras hacia mi habitación, sin tan siquiera preocuparme de ir a saludar a Javier y a Tam a la sala, o cerciorarme de si estaban allí o no. La razón era más que obvia, no quería que me viesen en aquel estado, con el rímel corrido y echa un manojo de nervios.
“¿Sabes si Cali tiene novio? ¿sabes si se acuesta con alguien? Cuida bien de ella y no dejes que ese tipo…”
Se detuvo y me agarró de la cabeza, obligándome a mirarle, para luego metérmela sin miramientos, haciéndome daño, pues aún no estaba lo suficiente lubricada. Me quejé varias veces, pero él no se detuvo, tan sólo siguió haciéndome duro, hasta el fondo, como si quisiese llegar hasta mis entrañas. Intenté apartarle de nuevo, cuando pude soltar mis manos, pero él no me dejó, me propinó una cachetada en el trasero y volvió a agarrarme con fuerza del pelo, obligándome a permanecer en la misma posición.
Sacó su polla a tiempo, descargándola sobre mi espalda, al mismo tiempo que emitía sus últimos gemidos.
Me quedé quieta en el mismo lugar, sintiendo la pegajosidad en mi espalda, provocando que él agarrase mi mano y me obligase a meterme en el baño junto a él.
Me desnudó, quitándome la falda, la camiseta y el sujetador, dejándome completamente desnuda frente a él, y me obligó a entrar en la bañera.
Intenté apartarle, de nuevo, pero él me obligó a abrir las piernas, dejándose caer sobre ellas, mientras seguía devorando mi punto más frágil de esa manera.
Mi cuerpo se arqueó tan pronto como sentí aquel cosquilleo en mi interior, y él incrementó su forma de mover la lengua, haciéndome gemir con fuerza, a un ritmo fijo, sintiendo dos dedos dentro de mí, obligándome a estremecerme un poco más. Iba a correrme, estaba cerca del final, podía sentirlo, pero antes de que lo hubiese hecho, la puerta principal nos indicó que Javier y Tam habían vuelto. Diego se detuvo, se limpió la boca, me ayudó a levantarme y me abrió la puerta para que me marchase con rapidez hacia mi habitación.
Lo hice en seguida, cerrando la puerta una vez que hube llegado a mi habitación.
Un cosquilleo en mi entrepierna me avisó de que tenía ganas de más, pero no podía volver a la habitación de Diego, y tampoco quería hacerme nada yo, ya me sentía demasiado sucia como para recordar los labios de mi hermano sobre mi intimidad.
Así que me di la vuelta, sin tan siquiera vestirme, agarrando el teléfono, observando que tenía un mensaje nuevo:
Mateo:
“Mañana iré a recogerte a las seis, necesitamos hablar antes de que te vayas a la estación, y luego te dejaré en ella yo mismo, lo prometo”
El nudo en mi estómago creció un poco más, pero en aquel momento no hice nada para impedir que desapareciese, al contrario, dejé que mis lágrimas saliesen y que el dolor me embriagase por completo.