Guardé el celular en mi bolsillo con las manos aún temblorosas. El miedo seguía recorriéndome el cuerpo como una corriente helada, pero tenía que mantenerme firme. No podía quebrarme ahora.
Respiré hondo y volví a entrar en la casa. Cada paso me pesaba como si caminara sobre plomo. El corazón se me estrujaba en el pecho, y una culpa insoportable se aferraba a mí. No sabía cómo mirar a la cara a mi tía sin sentir que esto era, de alguna manera, mi culpa. Cuando llegué a la sala, la vi todavía en el sofá, con los ojos hinchados y la mirada perdida. Me acerqué a ella y tomé sus manos entre las mías. -La encontraremos, tía. Te lo prometo. No podía asegurar nada, pero en ese momento necesitaba aferrarme a esa promesa más que a cualquier otra cosa. Luego, miré de reojo a Gutiérrez y le hice un gesto con la cabeza para que me siguiera afuera. No quería que mi tía escuchara lo que tenía que decir. Apenas cerramos la puerta detrás de nosotros, solté un suspiro y me pasé una mano por el cabello, intentando organizar mis pensamientos. -Esta vez no me dio una pista - dije con voz tensa - Solo me dijo que Elaine está en un lugar donde no entra oxígeno… y que también hay un tanque de gas abierto. Gutiérrez frunció el ceño, comprendiendo de inmediato la gravedad de la situación. -Si no la encontramos pronto, morirá asfixiada - continué, con la garganta apretada. El detective no perdió el tiempo. Tomó su radio y, con tono firme y urgente, comenzó a dar órdenes. - A todas las unidades, escuchen con atención. Tenemos a una menor secuestrada. Nombre: Elaine Smith. Puede estar en cualquier parte del pueblo, en un lugar sin ventilación y con un tanque de gas abierto. Revisen sótanos, casas abandonadas, almacenes, cualquier sitio cerrado. No hay tiempo, muévanse ya. El día transcurrió en una búsqueda exhaustiva. La desesperación aumentaba con cada minuto que pasaba sin encontrar a Elaine. Las patrullas recorrieron cada rincón del pueblo, golpearon cada puerta y registraron cada sótano, cada almacén, cada casa vacía. Se inspeccionaron edificios, establos, la feria, incluso la vieja estación de tren abandonada en las afueras. Pero no había rastro de la niña. Yo quería ayudar, quería hacer algo más que quedarme de brazos cruzados, pero Gutiérrez no lo permitió. Según él, mi presencia en los operativos solo entorpecería la búsqueda. No tuve más opción que aceptar su decisión, aunque me carcomía la impotencia. Aun así, al menos me dejó acompañar a Alfred en su parte de la investigación. Juntos revisamos lugares donde nadie más pensaría buscar: contenedores, desagües, graneros… nada. Cada segundo contaba, pero cada segundo que pasaba sin encontrarla era un golpe más a la esperanza. El sol comenzó a ocultarse detrás de las montañas cuando Gutiérrez tomó una decisión: si no podíamos encontrarla buscando a ciegas, tendríamos que seguir el rastro del secuestrador. Así que cambiamos de estrategia y volvimos al punto de partida: la feria. El asesinato del alcalde había sido la pieza de inicio de este macabro juego. Volvimos a la pequeña carpa donde se encontraron los casquillos de bala, el lugar donde fue asesinado y analizamos cada centímetro. El asesino había trabajado con precisión, matándolo dentro de la carpa para luego soltar el caballo con su cuerpo. Pero ¿cómo nadie vio nada? Decidimos interrogar nuevamente a todos los trabajadores de la feria. Payasos, acróbatas, ilusionistas, domadores… uno por uno les exigimos una coartada. - No vi nada, estaba preparando mi acto - dijo uno de los malabaristas. - Yo estaba en la jaula con los tigres - afirmó el domador. - Durante la presentación, todos estábamos en nuestros puestos - aseguró un acróbata. Las coartadas parecían sólidas. Cruzamos cada testimonio con otros trabajadores y coincidían. No había fisuras en sus declaraciones. Y lo peor… nadie vio nada extraño. La frustración era palpable en el rostro de Alfred. Gutiérrez apretaba los dientes y mantenía el ceño fruncido, mirando a su alrededor como si la respuesta estuviera escrita en el aire. Yo sentía un peso en el pecho. Como si cada pista fallida me empujara más hondo en la desesperación. La noche se acercaba y, con ella, el temor de que tal vez estábamos perdiendo el tiempo. Que tal vez… Elaine ya no estuviera con vida. -Ve a darte una ducha – sugirió Alfred. - ¿Crees que tengo cabeza para eso ahora? - Leslie, no estamos teniendo resultados, en todo caso ya revisamos hasta debajo de las piedras, estas cansada, tu cara lo dice todo – argumentó – ve y date un baño, quizás eso te ayude a soltar estrés y quizás puedas pensar mejor, no sé, siempre tienes buenas ideas, inténtalo. Solté un suspiro, él tenía razón estaba muy cansada – está bien, pero inmediatamente vuelvo a retomar la búsqueda. -Esa es mi chica – me guiñó un ojo – no te tardes. - No lo haré – le respondí, mientras empezaba a caminar hacia mi coche. Subí a mi auto y fui directo a su apartamento. Una vez allí entré con prisa, tomando un poco de jugo de la nevera y comiendo una manzana roja. Al terminar mi pequeño bocadillo ingresé a la habitación para ir a darme un baño, pero cuando empecé a desvestirme recordé que no tenía más ropa allí. Por lo que me puse a pensar en pedirle a mi mejor amigo que me acompañase a mi casa a buscar algo de ropa, pero decidí no hacerlo, no quería que parase de buscar, el mínimo tiempo perdido podía tener malas consecuencias. Así que decidí ir a buscar mi ropa por mi cuenta, lo haría de manera rápida, me daría un baño y volvería antes de que Alfred se diera cuenta, o estaba segura de que se enfadaría conmigo. Tomé mi auto y me puse en marcha, conduje más rápido que en otras ocasiones gracias a que el camino estaba despejado, no había niebla, ni lluvia, sola la profunda oscuridad de la noche entre los árboles gigantes del bosque. Al llegar ni siquiera entré el auto a la cochera, me bajé e ingresé a toda prisa, no sin antes asegurarme de cerrar la puerta con seguro, debía aprender de mis errores pasados. Fui directo al baño y me desvestí, entré en la ducha y abrí la regadera, pero esa sensación había regresado, como la de aquella noche, era como si alguien me estuviera observando. Mi piel se erizó y decidí restarle importancia, después de todo lo ocurrido un poco de paranoia era lo más normal. Terminé de mi baño en unos minutos y me envolví en una toalla, tomé la ropa sucia y la eché al cesto, para seguido dirigirme a mi habitación. Al ingresar, encendí la luz que permanecía apagada, solo para encontrarme con algo que no me esperaba en lo absoluto. Sobre la cama había una bufanda negra, era mía, lo extraño era que no recordaba haberla dejado sobre mi cama y para remate, al lado había una cuerda, lo que me confirmaba que efectivamente alguien más colocó esos dos objetos allí. Se me empezó a secar la boca y mi respiración se agitó, el hecho de pensar quien pudo haber puesto eso ahí hacía que me doliera el estómago. Nada tenía sentido, me aseguré de cerrar todo antes de salir, incluso las ventas y la puerta no parecía haber sido forzada. Apreté la toalla contra mi pecho al volver a sentir aquella sensación que ya se estaba volviendo tan familiar. El celular empezó a sonar alarmándome, no quería mirar la pantalla, me daba pavor que otra vez fuese ese sujeto. Por un momento pensé en no contestar y huir de inmediato, pero mi la pequeña Elaine llegó a mi mente, necesitaba ser fuerte, quizás podría sacarle algo que me ayudase a encontrarla, así que sin más titubeos decidí contestar. -Hola – dije al tomar la llamada. - Hola linda – y por su puesto era él – ¿Te hice falta? -No digas estupideces, por favor, por lo que más quieras, dime donde está ella – le supliqué. - Cierto, aun no la has encontrado, pero creo que ya está muerta, y si no lo está, le falta poco – dijo con simpleza. Negué con la cabeza desesperada – no me hagas esto, dime donde está – mi voz empezaba a quebrarse. -No llores preciosa, me partes el corazón, quizás yo podría ayudarte. - ¿Me dirás dónde está? – un rayito de esperanza creció en mí. - Oh no, puedo darte una pista, esta te ayudará a saber dónde está en cuestión de minutos – respondió. - Entonces dámela – le pedí. - No es tan fácil ¿Qué ganaré a cambio? Sabía que había un truco en alguna parte - ¿Qué quieres? – las palabras salieron como un susurro que dejó mi garganta seca. - ¿Qué tanto estas dispuesta a ofrecer? – me estaba tentando, quería saber hasta donde yo era capaz de llegar, pero yo había hecho una promesa, haría lo que fuera necesario. - Haré lo que pidas – le respondí rendida. - Eres muy noble, esa es una de las cosas que tanto me gustan de ti – hizo silencio por unos segundos y luego continuó – lo que quiero, es que tomes esa bufanda que tienes en frente y te vendes los ojos. Tragué en seco al escucharlo, esto me olía a que ya lo tenía planeado, pero no me quedó más opción que hacerlo. A ciegas todo se sentía más intenso, el miedo tomaba un nivel más alto y la adrenalina recorría cada vena de mi cuerpo. Ya vendada le respondí – listo. - Buena chica – lo escuché decir – ahora, vas a sentarte sobre la cama, dejarás el celular a tu lado y vas a mantenerte quieta, no dirás, ni harás nada que yo no te ordene, de esto depende que encuentres a tu prima con vida. - Está bien – fue lo único que dije antes de obedecerlo, dejando el teléfono a un lado luego de sentarme en la cama. El silencio pesaba como una losa sobre mis hombros. Mi respiración era lo único que se escuchaba en la habitación, un sonido irregular y entrecortado. Sentada en la cama, con los ojos vendados, me obligué a permanecer inmóvil, aunque cada fibra de mi cuerpo pedía a gritos salir corriendo. Había obedecido. Me había sentado exactamente donde él me indicó, con las manos sobre la cama a cada lado de mi cuerpo, pero no podía evitar que mis dedos se cerraran con fuerza sobre la tela de las sábanas. Cada segundo se alargaba de forma insoportable, como si el tiempo se burlara de mi ansiedad. Y entonces, lo escuché. La puerta se abrió con un leve chirrido, el sonido más insignificante y, aún así, el que más terror me había causado en toda mi vida. Mi cuerpo entero se tensó al instante, un reflejo involuntario de puro instinto. Aguanté la respiración, como si eso pudiera hacerme invisible, como si el simple acto de dejar de inhalar pudiera borrar mi presencia en la habitación. El eco de sus pasos resonó en el suelo de madera, cada uno lento, deliberado, cruelmente calculado. Con cada uno, sentía que la muerte se acercaba un poco más a mí, como si fuera un animal acorralado esperando el golpe final. No podía verlo, pero lo sentía. Su presencia llenaba la habitación, envolviéndome como una sombra densa que me robaba el aire. Entonces, los pasos se detuvieron justo frente a mí. El aire se tornó espeso, pesado. Mi piel se erizó, y un escalofrío me recorrió la espalda. No lo oía moverse, pero sabía que estaba ahí, demasiado cerca. Mi pulso era un tambor frenético golpeando contra mis costillas. Y entonces, lo sentí. Su respiración. Estaba justo frente a mi rostro, tan cerca que su aliento cálido chocaba contra mi piel. Un estremecimiento recorrió cada rincón de mi cuerpo, una extraña mezcla de pavor y… algo más. Algo prohibido. El miedo me mantenía rígida, pero algo en la proximidad de su cuerpo, en la forma en que el aire entre nosotros se volvía denso y eléctrico, despertó una sensación desconocida en mi interior. Mi piel ardió al primer contacto. Fue un roce casi imperceptible, apenas el dorso de su mano rozando la mía, pero la sensación me golpeó como un relámpago. Un choque de fuego y hielo recorrió mis venas, dejando a su paso una oleada de adrenalina que no supe si provenía del miedo o de algo mucho más oscuro. No quería sentir esto. No podía. Pero era inevitable. Cada uno de mis sentidos estaba alerta, cada terminación nerviosa encendida. Era el peligro. Era la amenaza. Pero también era la tentación. La presión en mis muñecas fue lo primero que sentí. Sus manos grandes y firmes se cerraron alrededor de ellas con precisión, arrastrándolas hacia mi espalda. Un nudo comenzó a formarse en mi garganta cuando la cuerda áspera rodeó mi piel, apretándose lentamente hasta que sentí una punzada de dolor. No lo suficiente como para lastimarme, pero sí lo bastante para que un escalofrío me recorriera la espina dorsal. Era un dolor extraño, uno que se mezclaba con la adrenalina de la situación y despertaba algo desconocido en mí. Mi respiración se volvió errática cuando él terminó el nudo, asegurándose de que mis manos quedaran completamente atrapadas. Lo sentí incorporarse, y un segundo después, una mano se deslizó hasta mi brazo, ejerciendo la suficiente presión para obligarme a levantarme. Mi cuerpo respondió de inmediato, poniéndose de pie con torpeza, y mis piernas estaban algo temblorosas por la incertidumbre. Un suave tirón me hizo avanzar un paso, y entonces lo sentí. Su cuerpo se pegó a mi espalda en un movimiento, su pecho firme contra mis omóplatos, su respiración caliente rozando la piel desnuda de mi cuello. Cada diminuto vello de mi cuerpo se erizó ante su cercanía. No podía verlo. Solo podía sentirlo. Y sentirlo era peor. Su presencia era abrumadora, una amenaza tangible que no solo despertaba mi miedo, sino algo más profundo, algo visceral. Sus manos comenzaron a deslizarse lentamente por mis brazos, con un roce ligero, casi tortuoso. Un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza cuando sus dedos se detuvieron apenas un instante en mis codos antes de continuar su trayecto descendente. Cada caricia era un juego peligroso entre el control y la rendición. Yo no quería esto. No debía quererlo. Y entonces, su mano se cerró sobre el nudo de la toalla. Cada célula de mi cuerpo se tensó, mis sentidos encendidos en un pánico absoluto. Un millar de alarmas sonaron en mi mente al comprender lo que estaba a punto de hacer. Mis músculos se tensaron en un intento de moverme, de alejarme, de evitar lo inevitable. Pero él lo sintió. Antes de que pudiera dar un paso, su brazo libre rodeó mi cintura, presionando su cuerpo contra el mío. Firme. Inevitable. El aire se atascó en mis pulmones. Mi mente gritaba que me resistiera, que no permitiera esto. Pero mis pensamientos se detuvieron en seco cuando recordé la razón por la que lo permití. Elaine. Era por ella. Era por su vida. No podía ser débil ahora. No podía permitirme quebrarme. Cerré los ojos bajo la venda, tragándome la desesperación, obligándome a mantenerme firme. Debía ser fuerte. Relajé mi cuerpo tanto como me fue posible, dejando que aquel extraño tomara todo el control sobre mí. La toalla cayó al suelo dejándome completamente desnuda, creando en mi la inmediata sensación de querer cubrirme, pero mis manos estaban atadas, no tenía más opción que resignarme. Sentí unos espasmos llenos de excitación y odié a mi cuerpo traicionero por responder de aquella manera, no sabía que era lo que más me inquietaba, si la horrible sensación de vulnerabilidad o que era la primera vez que me encontraba desnuda frente a un hombre. Sentí su cuerpo pegarse cada vez más al mío, tanto que pude sentir su creciente erección en su máximo esplendor, mientras que su mano fue a mi cuello y empezó a apretar lo suficiente como para que mis hormonas se volvieran locas y su lengua pasó por detrás de mi oreja derritiéndome por completo. Un gemido involuntario escapó de mis labios haciendo que la sangre corriera en mi rostro por la vergüenza, no debería estar disfrutando, pero era casi imposible cuando su sola presencia me resultaba tan estimulante. De un momento a otro él abandonó mi cuerpo dejándome con una terrible sensación de vacío. Sentí como volvió a colocarse frente a mí, no me tocaba esta vez solo podía sentir su mirada examinando cada parte de mi cuerpo, quemando cada centímetro de mi piel con su intensidad. En un momento empecé a sentir su cercanía, estaba tan cerca que podía percibir el calor que salía de su cuerpo, aunque no entramos en contacto, sabía que estaba a escasos centímetros. El dorso de su mano acarició mi mejilla, para luego subir a mi cabello y colocar un mechón tras mi oreja, lo siguiente que sentí fue como dejó un beso en mi frente con tal delicadeza que dudé en si era la misma persona que tenía a mi prima secuestrada. De un tirón me dio la vuelta, de manera tan brusca que la reciente atmósfera se desvaneció con aquel movimiento. Luego me empujó haciéndome caer en la cama bocabajo, acarició mi espalda con su mano desde el nacimiento de mis nalgas hasta la parte superior de mi tronco, acompañado con su respiración qué hizo el mismo recorrido, erizándome la piel. Lo siguiente que pude percibir, fue como se alejó de mi cuerpo y se bajó de la cama, dejándome con una sensación de anhelo. El sonido de sus pasos alejándose fue lo último que escuché antes de que la puerta se cerrara con un leve chasquido. El silencio que quedó después fue ensordecedor. Mi respiración era errática, descompasada, y mi pecho subía y bajaba con violencia mientras intentaba procesar lo que acababa de ocurrir. Mi cuerpo estaba hecho un remolino de emociones, el miedo había desaparecido por completo dejándome con una sensación de necesidad, mi propia excitación en aquel momento me avergonzaba de mí misma, pero era casi imposible evitar sentirme así. Había algo en todo esto que me atormentaba ¿Qué era en realidad? ¿Lujuria? ¿Lascivia? ¿Deseo? O tal vez era… Morbo El frío del aire en mi piel desnuda me hizo tomar conciencia de mi estado. Atada, vendada y completamente indefensa, la realidad golpeó mi mente como un cubo de agua helada. Un escalofrío recorrió mi espalda, pero no era solo por la exposición de mi cuerpo al ambiente, sino por la sensación que me carcomía desde dentro. ¿Por qué lo deseaba de vuelta? El miedo había desaparecido, y en su lugar, una angustia diferente me oprimía el pecho. Me odié por ello, por la necesidad latente que palpitaba en cada centímetro de mi piel. Me regañé mentalmente, obligándome a centrarme en lo importante: debía salir de esta situación. Moví las muñecas con torpeza, intentando aflojar las ataduras. La soga raspó mi piel, pero no me importó. No podía quedarme así, no podía permitirme ser una víctima pasiva. Sacudí la cabeza con desesperación, intentando soltar la venda, pero estaba demasiado apretada. Justo cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de mí, una voz familiar me sacó de golpe de mis pensamientos. - ¡Leslie! - La voz de Alfred resonó en la casa, fuerte y preocupada. Mi corazón dio un vuelco. - ¡Aquí! - grité sin pensarlo dos veces, sintiendo un nudo en la garganta. Escuché pasos apresurados, el sonido de una puerta abriéndose con urgencia. Un alivio inmediato me inundó el pecho, pero no duró mucho. Alfred iba a verme así. Mi cuerpo se tensó de inmediato. La vergüenza me golpeó con la misma fuerza que el miedo antes. No quería que me viera en este estado, pero tampoco tenía otra opción. La luz detrás de mis párpados cerrados se intensificó cuando Alfred entró en la habitación. Sentí su presencia cerca, su respiración agitada por la carrera, y luego un silencio cargado de tensión. - ¿Qué demonios…? - Su voz sonó entrecortada, llena de incredulidad y rabia contenida. Quise decir algo, justificar de alguna forma lo que estaba ocurriendo, pero no encontré palabras. Me limité a apretar los labios, sintiéndome más expuesta que nunca. Sentí como empezó a desatar mis muñecas con urgencia, yo me limité a esperar tratando de imaginar alguna manera de describir lo que acababa de ocurrir. Luego de dejar mis manos libres me quitó la venda de los ojos y alcanzó una sábana con la que cubrió mi cuerpo desnudo. No tuve el valor de hablar antes, así que él inició - ¿Qué fue lo que te hizo? – su voz sonaba llena rabia. Negué con mi cabeza – yo… lo permití – fue lo único que logró salir de mi boca. - ¿Qué es lo que permitiste Leslie? – su voz tenía un tono que no podía descifrar. -Tenía que salvar a Elaine – me justifique sin antes explicarme. - ¿Dejaste que ese imbécil te tocase? – su cara era de decepción, no había orea palabra – ¿y entonces la dejará libre? – esto último salió acompañado de una risa amarga. - No, ha dicho que me daría otra pista… - justo entonces logré ver un papel sobre la cama. Tomé el papel y tenía letras impresas, las leí, era otra especie de acertijo. -La niña está bajo tus pies – leí en voz alta, por inercia miré mis pies y fruncí el ceño. - ¿Debajo? – repitió él. - Está en el sótano… - susurré – todo este tiempo estuvo en mi casa, vamos hay que sacarla. Tomé mi toalla a toda prisa y corrí detrás de Alfred, apenas sintiendo el suelo frío bajo mis pies descalzos. La adrenalina quemaba en mis venas, impulsándome a moverme más rápido. El sonido de nuestras pisadas resonaba en la casa mientras atravesábamos las habitaciones con un solo objetivo en mente. El sótano. Era el único lugar que no habíamos revisado, la última posibilidad. Con cada paso, la esperanza y el terror se entrelazaban en mi pecho como un nudo sofocante. No sabíamos qué íbamos a encontrar ahí abajo. No sabíamos si Elaine seguiría con vida. Al llegar a la compuerta, Alfred la abrió de un tirón y bajamos de prisa por la estrecha escalera de madera. Un olor fuerte y punzante nos golpeó de inmediato, haciéndome contener el aliento. Gas. -¡Aquí está! - gritó Alfred, y en cuanto encendió la linterna de su celular, la vi. Elaine estaba en el suelo, inmóvil. Su cuerpecito frágil atado y amordazado. Corrimos hacia ella, y mis manos temblaban mientras intentaba desatar las cuerdas que la sujetaban. Alfred le revisó el pulso y su rostro se endureció. —Es muy débil… pero sigue con vida. No lo pensamos ni un segundo más. Alfred la tomó en brazos y corrimos de vuelta escaleras arriba. Yo iba detrás de él, con el corazón latiéndome con tanta fuerza que sentía que iba a explotar. No me importó que aún estuviera envuelta en la toalla, no había tiempo para nada más. En cuanto salimos, Alfred se apresuró a abrir la puerta del coche y acomodó a Elaine con cuidado en el asiento trasero. Yo subí con ella, sosteniéndola entre mis brazos, mientras Alfred encendía el motor y arrancaba a toda velocidad. -Aguanta, pequeña… por favor, aguanta - le susurré, acariciando su cabecita con dedos temblorosos. Elaine no respondió. Su cuerpecito estaba frío. Pero tenía que resistir. Tenía que hacerlo. Al llegar entramos al hospital a toda prisa. Un grupo de médicos y enfermeras se apresuró a recibir a Elaine en la camilla, sus voces llenaban el pasillo con instrucciones rápidas mientras la llevaban al interior de la sala de emergencias. Me quedé quieta, con la respiración agitada y el corazón martillando en mi pecho. Alfred apenas me lanzó una mirada antes de salir corriendo con su celular en mano, llamando al detective Gutiérrez. Yo no me moví. No podía. Solo observaba la puerta de la sala de urgencias como si mi mirada pudiera atravesarla y asegurarme de que Elaine iba a estar bien. El pasillo estaba en un inquietante silencio, roto solo por el lejano murmullo del hospital y mi propia respiración entrecortada. Me abracé a mí misma, sintiendo un escalofrío recorrer mi espalda. Tenía la piel fría, los músculos tensos. Mi mente no dejaba de repetirme la misma pregunta: ¿y si llegamos demasiado tarde? Entonces, un sonido me sacó de mis pensamientos. Un teléfono sonando. Al principio no le presté atención, pero algo en el tono insistente me hizo girar la cabeza. El teléfono estaba en el asiento de al lado, un simple aparato de línea fija. Pero cuando miré la pantalla, sentí que la sangre se me helaba. Era ese número. Lo conocía demasiado bien. Lo había visto tantas veces que se había grabado en mi memoria como un maldito tatuaje. Lo había visto en mis pesadillas. El sonido seguía ahí, llenando el pasillo vacío, como si me retara a responder. Con un nudo en la garganta, tomé el auricular con dedos temblorosos y lo acerqué a mi oído. - ¿Hola? - murmuré, mi voz apenas un susurro. Hubo un segundo de silencio. Luego, la voz que más odiaba en el mundo, esa voz distorsionada y retorcida, habló al otro lado de la línea. - Hola, linda. El juego aún no acaba… Mi estómago se encogió. El aire se sintió denso, como si la realidad se doblara a mi alrededor. No. No podía ser. El miedo me envolvió como una sombra gélida. Mi desgracia no había terminado. Apenas estaba comenzando.