La vida de Sophia con sus hijos se desarrollaba en su modesto pero cálido apartamento. Cada día, ella se las arreglaba entre un trabajo exigente y su rol de madre amorosa. A pesar de los desafíos, sus tres trillizos llenaban su vida de risas y energía. Sin embargo, últimamente, sus preguntas sobre la ausencia de un padre se volvían cada vez más frecuentes, y Sophia encontraba consuelo en sus intercambios regulares con Chris, quien aún vivía en Italia.
Chris, que había sido una presencia importante en sus vidas, seguía jugando un papel relevante a pesar de la distancia. Los niños, que a menudo lo llamaban "Tío Chris" o "Papá Chris", lo adoraban profundamente, y sus videollamadas se habían convertido en un ritual muy preciado.
Esa mañana, mientras Sophia preparaba el desayuno, los niños—ya vestidos para ir a la escuela—conversaban en la mesa. Ryan, tan curioso como siempre, rompió el silencio con una pregunta que hizo estremecer a Sophia.
Ryan: — Mamá, ¿por qué no tenemos a papá con nos