Celos, advertencias y más (3era. Parte)
La misma noche
Columbia
Kelly
Alguien dijo una vez que perdemos la capacidad de razonar cuando el corazón toma las riendas. Qué obviedad disfrazada de sabiduría. Lo verdaderamente irónico no es eso, no. Lo irónico es ver las señales con claridad —como luces de neón en la carretera— y aun así ignorarlas. Porque tenemos esa costumbre tan humana, tan estúpida, de pensar que podemos jugar con fuego sin quemarnos.
Nos decimos que tenemos el control. Que podemos involucrarnos un poco, sentir solo lo justo, sin perder la cabeza. Que esta vez será distinto. Que somos más fuertes, más maduras, más inmunes. Repetimos el discurso con convicción... mientras caminamos directo al borde, con una venda elegante sobre los ojos y el ego inflado de falsa seguridad.
La verdad es otra. Cruda, molesta, imposible de evitar. No se puede encerrar al corazón en una caja fuerte. No importa cuántos candados le pongas, siempre encuentra una rendija por donde escapar. Aparece sin aviso, como si el guion le pertene