Desde temprano, Fabiola estaba inquieta, con la imagen de Benedicto mostrando sus abdominales en su mente. Sospechaba que Benedicto estaba intentando seducirla para que perdiera la razón y olvidara por qué habían discutido.
Tenía que admitir que su estrategia estaba funcionando.
Realmente estaba a punto de ceder.
Mientras divagaba, vio a Natalia pasar como un fantasma por la puerta.
Al principio, Fabiola no pensó mucho en ello, hasta que se dio cuenta de que algo andaba mal: —Natalia.
Unos segundos después, apareció la figura desconsolada de Natalia en la puerta.
Tenía los ojos rojos y el cabello húmedo pegado a sus mejillas, luciendo muy desaliñada.
—¿Qué pasó?
Natalia, con la cabeza baja y labios apretados, no se atrevía a hablar.
Fabiola se levantó y se apoyó en el escritorio: —¡Respóndeme!
La imponente presencia de Fabiola asustó a Natalia, quien tartamudeó: —Yo... fui a la sala de descanso a buscar agua y escuché que hablaban... hablaban de ti. Dije algo y Susan me echó café en la